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Raimundo Fitero

Retratos sicológicos

El presentador Jordi Ébole se arrimó a Arnaldo Otegi, le entrevistó sentados ambos en una escalera y propició uno de esos momentos televisivos que abren ciertas rendijas a la normalidad, es decir al instinto periodístico, al acercarse a la actualidad sin afectaciones, sin prepotencia, sin concesiones. «Salvados» es uno de esos programas que va creciendo en interés semana a semana debido a la agudeza de su director, a la manera que tiene de afrontar los asuntos y a su forma, es decir, a que antepone un estilo popular y sencillo a la impostación y el artificio. Y así se demostró.

Hay que convenir que para un programa televisivo de difusión estatal, acercarse a Arnaldo Otegi, no debe ser nada fácil. No por la parte del entrevistado, sino por los prejuicios del propio medio. La Sexta utiliza en sus noticiarios ese lenguaje cargado de ideología dominante, secunda sin fisuras la doctrina intoxicadora del Ministerio del Interior, donde, sea dicho de paso, parece que sí les llegó el famoso regalo con una botella de coñá de marca, se la bebieron y, por lo visto, no contenía veneno sino alucinógenos y por eso, Pérez Rubalcaba, tan triste él, sin casi sitio en los telediarios, apareció montado en helicóptero, para contarnos una de cárceles y fugas.

Situados en este punto, la entrega con Arnaldo Otegi tenía que tener sus prevenciones. Lo que sucede es que «El follonero» es de lo más listo que corre por las pantallas y les pasó la entrevista a dos periodistas, Luis Maria Ánson y Montserrat Domínguez buscando su opinión. Y ahí estuvo la noticia. La chica que levita en las mañanas del fin de semana en la Ser, enseñó la patita, se le vio tanto el plumero que de repente nos parecía la reencarnación de aquella Victoria Prego de «a por ellos». Mientras Anson, siempre es Anson, y dijo que claro, que era una «obligación» de un periodista hablar con Otegi. ¿El mundo al revés? O al derecho. Lo cierto es que Ébole le dijo con simpatía y firmeza lo que le quería decir a Otegi y Arnaldo aguantó con solvencia. Yo diría que se transmitía buen rollo. Al menos respeto mutuo. Al final, todo fue un magnífico ejercicio de retratos sicológicos. Y políticos.

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