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Análisis | Acelerón represivo en Euskal Herria

Los «golpes psicológicos» de un Estado follonero

Rubalcaba parece pensar que para cualquier escenario futuro es mejor que la izquierda abertzale parezca derrotada, aunque no lo esté como prueba el 7-J; es la misma actitud que llevó al fracaso el proceso de 2006.

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Ramón SOLA

Dos expedientes antiguos –se habla de 2002 y 2007–  han sido desempolvados por los gobiernos del PSOE para activar dos redadas muy sospechosas este fin de semana. El mensaje de fondo coincide con los que generan la desaparición de Jon Anza o el escrutinio del 7-J: el Estado puede ser «mucho más contundente», como resumió López. Parafraseando a Rubalcaba, éste es su «golpe psicológico».

Euskal Herria está habituada a convivir con zarpazos represivos y atropellos ilegalizadores, pero la concatenación de situaciones sospechosas y hasta truculentas lleva a concluir que los gobiernos del PSOE se han embarcado en un salto cualitativo en toda regla. Cuando la falta de explicaciones oficiales hacen crecer las sospechas sobre la desaparición del militante de ETA Jon Anza y tampoco hay respuesta sobre la probabilidad de un fraude electoral -sin parangón conocido en tres décadas-, el fin de semana ha traído dos redadas consecutivas cargadas de intencionalidad. A este mosaico se le puede añadir la proliferación de ataques fascistas en Nafarroa. Y todo conforma un cuadro con elementos muy diversos en la forma, pero un mismo mensaje en el fondo.

Ese mensaje lo verbalizó Patxi López el jueves: «Hay que ser más contundentes contra la izquierda abertzale». Y lo lleva a la práctica, sin reparo alguno, Alfredo Pérez Rubalcaba. El ministro de Interior con más presos de la historia cada vez detiene más y explica menos. No hay más que fijarse en la operación emprendida por el supuesto plan de fuga de la cárcel de Huelva.

Nada tiene sentido si se analiza con un mínimo de sentido crítico. Se habla de un proyecto diseñado en 2007 y descubierto en 2008, antiguo por tanto. Se afirma que su ejecutor iba a ser Arkaitz Goikoetxea, preso hace ya un año. Sobre la credibilidad en sí del operativo de fuga descrito, cada cual es libre de medirla, pero lo seguro es que no hay precedente («en Marsella», apun- ta Rubalcaba). A partir de ahí, el ministro da un salto en el aire para afirmar que el plan no sólo existía, sino que «seguía activo» para este verano.

Sobre la detención de Lander Fernández tampoco hay explicación oficial razonable, pese a que las preguntas son evidentes para cualquiera. Si se le imputan hechos de 2000 y 2002 y no han aparecido elementos nuevos, ¿por qué es detenido ahora, nada menos que en el aeropuerto de Barajas con notoria urgencia, y justo después de denunciar presiones policiales para que «colaborara»? Fernández hacía vida pública normal, tan normal que denunció el acoso sufrido en rueda de prensa.

El caso resulta tan clamoroso que el mensaje subyacente no sólo es de contundencia («podemos ser más duros»), sino también de impunidad («y lo vamos a ser, sin siquiera explicarlo»). La desaparición de Anza o el fraude electoral dejan la misma sensación.

Descartado que tal sucesión de «noticias» extrañas sea casual, ¿qué es lo que les une? Basta con leer entre líneas la «reivindicación» de Rubalcaba: «Creo que su entorno político está en pleno debate, porque cuantos más éxitos tiene la Policía, tanto menos sentido tiene la lucha armada». Por eso, el ministro dice que lo de Huelva buscaba «un golpe psicológico». Pero leyéndole lo que queda en evidencia es justo lo contrario: que es el Estado español, o al menos Rubalcaba, el que busca un «golpe psicológico» sobre ese debate.

El ministro parece dispuesto a apostar todo a esa carta, lo que parece una jugada de mucho riesgo. En paralelo, parece considerar que para cualquier escenario futuro siempre es mejor que la izquierda abertzale aparezca como derrotada, aunque esté muy lejos de ello como prueban los resultados de II-SP. Se olvida de que esa actitud ya la puso en práctica en 2006, y que su único resultado fue empezar a cargarse un proceso de paz.

Todo esto no sería posible sin los silencios sepulcrales de partidos y medios, que sólo ven desaparecidos en Argentina y pucherazos en Irán. Quien tuviera duda de cómo funciona ese engranaje pudo verlo por dentro en la entrega sobre Arnaldo Otegi aparecida el domingo en un canal estatal. Lo revelador no fue la mini-entrevista de «El Follonero», sino el modo en que se reflejó la autocensura de muchos periodistas españoles temerosos de «hacer el caldo gordo» a la izquierda abertzale, en expresión de Montserrat Domínguez. Curioso, por cierto, que un representante de la «caverna» como Ansón apareciera más demócrata que una periodista de la «progresía» española, partidaria de vetar a Otegi porque quedaba «bien». Toda una radiografía del Estado follonero de Rubalcaba.

 
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