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Guggenheim: una inversión rentable, ¿para quién?

La cultura es uno de los primeros ámbitos en los que los gobiernos meten la tijera presupuestaria en tiempos de crisis. Se suele argumentar que existen cosas más urgentes y vitales que el arte, y que por lo tanto es lógico que, a la hora de hacer recortes, se quite dinero de las cosas menos acuciantes. Casi todo el mundo entendería, al menos si se tratase de un dilema en el que hubiera que elegir entre hacer teatro o dejar a indigentes pasar hambre, que hay cosas que son más importantes que otras. El problema es que, por muchos recortes que se hagan en cultura, no sólo hay gente viviendo en esas condiciones en nuestras calles, sino que la sanidad se deteriora, el transporte no mejora...

A eso se suma el problema de los proyectos de infraestructuras que, bajo un halo «cultural», pretenden cambiar el modelo urbanístico de nuestro entorno. El colmo de esa situación llega cuando esos proyectos se gestionan como si de un casino se tratase, se pierde dinero público especulando y luego se pide que se pague la deuda a escote. El Guggenheim se vendió como una inversión rentable -así se justifica también el nuevo proyecto de Urdaibai- pero, más allá del ridículo malentendido creado por la portavoz de Lakua, dos haciendas vascas confirmaron ayer que le van a inyectar otros seis millones de euros. Y ni así se cubre su deuda. ¿Quién dimite? Aquí, nadie. ¿Quién gana? La cultura vasca no.

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