Oihana Llorente Periodista
Una solución como por arte de magia
Veintinueve años. Más de diez mil días sin noticia. Sin saber nada sobre la persona que más quieres, sin conocer el paradero de ese joven alegre y comprometido. Veintinueve años levantándote cada mañana con ese pesar pero con la obligación de seguir adelante, por él, por ti. De esta manera ha permanecido y permanece la familia de Naparra, la familia del militante vasco desaparecido en 1980.
Sólo contaba 22 años cuando fue visto por última vez y desde entonces nada se ha sabido de él. Sus familiares y amigos se afanaron al principio en buscar pistas, algo que les hiciera dar con el paradero de su hijo o hermano. Sin embargo, la llamada recibida del Batallón Vasco Español reivindicando la desaparición del joven hizo que todas las esperanzas de encontrarlo vivo se desvanecieran como por arte de magia.
El paso de veintinueve años no ha sido suficiente para hacer desaparecer a Naparra de la memoria colectiva del país; donde está y permanecerá aunque prosigan con la caza de brujas para borrar los rostros de los represaliados políticos y prohibir todo acto de recuerdo; porque, aunque lo intenten, nunca conseguirán penetrar en el terreno de los sentimientos y recuerdos.
Este drama, junto a las desapariciones de Pertur, Popo Larre y los tolosarras Lasa y Zabala constituyen los episodios más crueles de la llamada guerra sucia. Una práctica que las generaciones más jóvenes sólo conocían de oídas, pero que se han visto forzadas a sufrir con la desaparición del militante político vasco Jon Anza.
Veintinueve años después de la desaparición de Naparra, la sombra de la guerra sucia planea de nuevo sobre Euskal Herria y el caso de Anza parece ser sólo la punta más cruel del iceberg. Las amenazas, secuestros y las desapariciones buscan amedrentar a la ciudadanía y borrar del mapa, al parecer de manera literal, el independentismo vasco. Porque lo que no tienen agallas de solucionar dialogando y razonando quieren arreglarlo haciéndolo desaparecer.