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Baluchistán: una guerra olvidada que no cesa

Mientras la atención internacional se centra en la ofensiva militar sobre la frontera noroccidental de Pakistán, los habitantes del sur del país siguen inmersos en una guerra prácticamente desconocida, pero que comenzó hace ya seis décadas.

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Karlos ZURUTUZA

El sonido de la deflagración apenas llama la atención de los comensales en este restaurante. Se trata del comedor de la estación de autobuses de Khuzdar, el único en esta localidad baluche en el que se puede comer sentado, aunque sin cubiertos. Pasados dos minutos, Abdulhamid, periodista local, recibe una llamada. Sólo ahora se interrumpe la comida:

«Ha sido una torre de comunicaciones. No hay ni heridos ni muertos», aclara a la clientela expectante.

Para Sattar, compañero de mesa, es una buena noticia. La acción de la guerrilla no le va a impedir abrir su tienda hoy a la tarde. Se explica:

«Cada vez que el BLA (Ejército de Liberación Baluche) se cobra víctimas mortales luego siempre hay represalias en el bazar. El ejército se acerca a Jinah Road (la avenida principal) y dispara desde los jeeps en marcha sobre la gente», dice este comerciante mientras envuelve trozos de ternera en pan de pita. Asegura que durante este mes de junio han muerto cuatro de esa manera, y que más de una docena han resultado heridos. Además, siete estudiantes del pueblo han «desaparecido». Esta es la respuesta del ejército tras la muerte de un funcionario punyabí a manos del BLA a primeros de mes.

Situada a medio camino entre Quetta y Karachi, Khuzdar apenas difiere en nada del resto de localidades en el camino: Los grafitis con las siglas del BLA y el BRA (Ejército Republicano Baluche) salpican las desconchadas paredes de las casas, siempre acompañadas por el lema «Abajo Pakistán». Y para contrarrestar la plétora de siglas, están el ejército paquistaní, la policía, los frontier corps (policía de frontera), los rangers, así como otro destacamento paramilitar que responde al nombre de scout.

«Haya o no atentado, el ejército suele explotar sus bombas continuamente para asustarnos. Sus campos de tiro están justo al lado de nuestras casas», se queja Sattar. «¿Has visto el cuartel que están construyendo ahora? Dicen que va a ser el más grande de todo Pakistán», afirma el comerciante antes de irse a trabajar.

Se podría pensar que los más de 600.000 soldados al servicio de Islamabad podrían acuartelarse en el nuevo recinto militar. Y es que es realmente grande, tanto que se ha «tragado» ya dos aldeas de adobe. Sus habitantes, pastores en su mayoría, siguen moviéndose con el ganado dentro del inmenso recinto amurallado que va desde la carretera hasta las montañas. No serán evacuados hasta que se haya acotado del todo el terreno, aunque sólo es cuestión de tiempo el que surja un nuevo barrio de chabolas a las afueras de Khuzdar. Y si no, que les pregunten a los chabolistas de Quetta cómo y cuando llegaron a vivir en los arrabales de una ciudad que ya en sí misma es un inmenso basurero.

Otras explosiones

«Punjab (Pakistán) nos trata como a animales», explica Sirbaz, un camionero que ha hecho parada aquí de camino a Karachi. Este hombre de unos cuarenta años procede de Dalbandin, esa comarca baluche cerca de la frontera afgana en la que Pakistán probó su «famoso» armamento nuclear en 1998. Fueron cinco detonaciones en los montes Chagai. Los lugareños no las olvidarán nunca.

«Mi padre y mi hermana tienen cáncer de hígado, y de piel dos de mis hermanos. Además, se han multiplicado los casos de cáncer de ojos y de malformaciones entre los recién nacidos», cuenta el camionero. Islamabad ha impedido por todos los medios realizar estudio alguno sobre los efectos de las detonaciones atómicas en la población local, pero muchos como Sirbaz piensan que las explosiones contaminaron los depósitos subterráneos de agua, el único recurso hidrológico en esta árida región.

«Si pasas por allí no uses el agua ni para refrescarte la cara», me advierte.

Tras la comida se sirve el té con leche, otro legado del pasado colonial británico de esta región. Nadie de entre los más veteranos del lugar duda de que la vida aquí era mucho mejor bajo los ingleses que con los punyabíes. Fue precisamente la incorporación forzosa en 1947 de Baluchistán dentro del recién creado estado de Pakistán la que despertó la insurgencia baluche.

«¿Qué opina la gente de Europa sobre lo que está pasando en Baluchistán?», me pregunta Atik, pasajero en tránsito hacia Quetta. Espera repuesta mirándome fijamente con el ojo que no le quemaron con una colilla durante su estancia en prisión.

 

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