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Raimundo Fitero

Pasmados

De nuevo la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión hizo una gala y parece que las motivaciones que tienen los que autorizan su emisión es dar un empujoncito al suicidio. No lo hacen para ganar público sino para perderlo. La hacen para que veamos vergonzosamente que son incapaces de ofrecer un espectáculo televisivo medianamente solvente. Les voy a dar a los irresponsables un argumento: como los mejores estaban para recibir los premios, los que ejecutaron la retransmisión eran becarios o estudiantes de tercero, no profesionales. Sería una mala excusa, pero podría servir para estructurar una débil defensa a las malas sensaciones que se produjeron dentro de la sala, entre bastidores y especialmente al otro lado, donde estábamos la supuesta clientela asistiendo al derrumbe en directo de una entelequia que nunca ha tenido mucho sentido.

La cuestión es que nos acostamos con toda la hiel en la boca por ver cómo se malgasta el dinero, como tiran piedras a su propio tejado, como llevan hasta el ridículo a profesionales que han demostrado en múltiples ocasiones su capacidad para hacer televisión, y en directo, sin esos fallos garrafales de ejes, de ritmo, con un falso directo infecto, donde se notaban los saltos de manera que parecía censura zafia o impericia dolosa. La homenajeada, Concha Velasco debió sufrir lo indecible al ver tantos fallos, tantos huecos, tantos silencios, acompañada por la ministra bajo sospecha, Ángeles González-Sinde que solamente estaba, pero que a la mañana siguiente apareció en su televisión para anunciar que el Ministerio de Cultura convoca desde este año un Premio Nacional de Televisión. Cerramos el círculo desbordados por el oportunismo.

Hubieron fallos encadenados, muchos, demasiados, y partían de una buena intención, que los premiados no hicieran el paseíllo hasta el escenario para dar las gracias. Para ello dos reporteras recorrían la sala, por las mesas donde situaban a los candidatos. Pero ni así, No estaban en su lugar, se cabreaban porque les daban treinta segundos mientras a los presentadores de cada premio le daban barra libre para aburrir y así sucesivamente. Nos quedamos pasmados de tanta insolvencia.

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