Hoy en día, qué es hoy un gesto radical? ¿Qué es lo experimental entendido como condición cultural en nuestro panorama actual? ¿Cómo transferir un pensamiento crítico y situado a la práctica artística? ¿Cómo pensar hoy el mundo y darle otros sentidos desde nuestra actividad creativa?

Probablemente, las preguntas fundamentales de quien se siente citado por la política desde su práctica cotidiana en el arte y la cultura no hayan variado demasiado en los últimos treinta años, y sin embargo, todas estas preguntas y otras muchas que se desgajan de las anteriores siguen vigentes sin que tengamos la sensación de haber aportado datos para su transformación. Las respuestas a todos estos interrogantes son en la mayoría de los casos nuevas preguntas. Las prácticas creativas que pertenecen a su época son en buena medida un cúmulo de preguntas complejas y entrelazadas que utilizan códigos insólitos y que, si son verdaderamente audaces, tienen la capacidad de promover la invención de nuevos códigos. La labor curatorial que se cuestiona su razón de ser, la única válida, pasa por trabajar con las preguntas como verdadero cuerpo teórico. El trabajo llevado a cabo desde los centros de educación y de producción artística debería preguntarse constantemente por su sentido, por su significado; la labor del museo ya no es una sentencia, es una pregunta suspendida en el tiempo. Las inercias de la Administración entienden que el cometido de las políticas culturales consiste en ofrecer respuestas, pero inevitablemente son preguntas las que aparecen. Su respuesta en esta circunstancia es aplicar la norma (una norma sorda e imperturbable) y convertirlo todo en competencia, atribución, jurisdicción, presupuesto..., porque se suele confundir pregunta con incertidumbre.

Esas condensaciones dinámicas de la curiosidad que son las preguntas se presentan como la mejor materia prima de la producción cultural. Pero esto es cuestionable, ¿no?