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CRÍTICA

Quintetos poderosos, dúos intimistas y «Frankesteins»

Javier ASPIAZU

Luces y sombras muy contrastadas en el día en que llegamos al ecuador del festival. Por un lado el espléndido concierto ofrecido en el Teatro Principal por el pujante quinteto del catalán Raynald Colom. Por otro, el «totum revolutum» vivido en Mendizorrotza, del que sólo algunos retazos tuvieron cierta enjundia.

Pero asomémonos primero a la luz. Es un secreto a voces que Raynald Colom compite por ser el mejor trompetista del Estado: sonido potente y perfectamente controlado, fraseo impecable e inspiración melódica le avalaron. Y, además, una banda impresionante, con un poderoso entramado rítmico a cargo de Tom Warburton, al contrabajo, Marc Ayza, a la batería, y Roger Blavia a la percusión. Sin contar con la riqueza de matices que aporta José Reinoso a los teclados. Así no es de extrañar que casi todos los temas tocados (algunos antiguos y otros pertenecientes a su inminente nuevo disco «Evocación») poseyeran una exhuberante riqueza armónica, que hizo de su escucha una intensa experiencia.

Ya en Mendizorroza, el dúo integrado por Pat Metheny y Charlie Haden pretendía revivir la magia que presidió la grabación a mediados de los 90 de «Missouri Sky», a cargo de los mismos protagonistas, pero en circunstancias y disposición de ánimo bien distintas. Con base en aquel álbum, desgranaron piezas evocativas, nostálgicas, dulcemente melancólicas; en definitiva, un discurso lírico y preciosista que, al cabo de media hora, empezó a resultar monocorde y algo reiterativo. Si a eso unimos el feo sonido, en esta ocasión, del contrabajo de Haden y su papel, un tanto relegado como sostén rítmico al servicio de la voz melódica de Metheny, concluiremos que la del miércoles, para Haden, fue el reverso, la cruz de la noche gloriosa del martes.

A continuación, el cuarteto del pianista Diego Amador inició un recital pleno de entrega y bravura. Amador demostró poseer una estimable técnica como pianista e incluso cierto rajo flamenco a la hora de cantar y el suyo, por sí solo, hubiera sido un digno concierto sin el suplemento de invitados con el que a continuación hubo de lidiar. En primer lugar, un Javier Colina de sonido catedralicio al contrabajo, sin duda, pero que no aportó gran cosa a la dinámica del concierto (como no fuera su anecdótica cita del «¡Oi Pello, Pello!») y después un Pat Metheny con el que compartió dos temas de desigual fortuna: un viejo éxito del de Missouri, que éste deslució con el sonido demasiado estridente de su guitarra eléctrica, y en justa correspondencia una briosa y flamenca composición de Amador que terminaba así una actuación quizá aún más redonda, insisto, de no tener que admitir tanto forzoso compadreo.

Después, ya preparados por lo acontecido, asistimos al clásico «Frankenstein» festivalero, en el que diversos invitados ilustres deberían conformar, supuestamente, un ensemble musical de calidad superior. Pero poco de eso ocurrió. El saxofonista catalán Llibert Fortuny, con su nuevo proyecto «Triphasic», solo mostró episódicamente su calidad al tenor, entre el indigesto cóctel de disonancias y efectos electrónicos y las supersónicas líneas de bajo de Gary Willis, con que se acompañó. Las incorporaciones de Metheny en este contexto fueron tímidas y extemporáneas.

Y por último, cuando ante un cada vez más estoico Metheny, apareció en el escenario, ¡tocando la txalaparta!, Kepa Junkera, el «único» músico folk vasco que parece contar para instituciones y grandes festivales, este cronista no lo dudó y acudió, sin más dilación, a su anhelada cita con Morfeo.

 

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