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CRÓNICA Festival de Jazz de Gasteiz

Saxos futuristas, bajistas superlativos e italianos «al dente»

Iniciábamos la jornada del jueves con nuestra ritual visita vespertina al Teatro Principal. Allí, los miembros de tryphasic, el inquieto y talentoso saxofonista catalán Llibert Fortuny, el contundente bajista Gary Willis y el expeditivo batería David Gómez desarrollaban su impactante y contemporánea propuesta que ya, en parte, habían mostrado como invitados durante la maratoniana noche anterio en Mendizorrotza. I

Javier ASPIAZU

Si obviamos la recargada hojarasca sónica, con su panoplia de efectos y programaciones, y el oropel lumnotécnico que inundaron el Teatro Principal de la capital alavesa, lo cierto es que en este cóctel de influencias (rockeras, electrónicas, funkys, etc), se pueden encontrar composiciones sólidas y potentes improvisaciones que justifican sobradamente el interés suscitado de la actuación. Fortuny toca de forma soberbia, pero cada vez usa más tecnología, y quien esto escribe se pregunta si tanto nuevo juguete no acabará por opacar su discurso.

En el Pabellón de Mendizorrotza, cumpliendo las previsiones, se registró la mayor presencia de público hasta el momento en la actual ediciónpara contemplar al trío de gigantes del bajo eléctrico «SMV» (Stanley Clarke, Marcus Miller y Victor Wooten), que venían acompañados de teclados y batería.

Para empezar, y como no podía ser de otra manera, cada uno exhibió sus habilidades: el increíble Wooten, por ejemplo, dibujó aladas melodías en el mástil de su bajo, con fulgurantes citas, entre otros clásicos, de «Caravan» y «A night in Tunisia»; Miller recordó el poderoso groove que le hizo célebre como uno de los reyes del funk de los 80, pero también alivió el exceso de vatiaje ambiental empuñando en ocasiones el clarinete bajo, con el que revisó el célebre «Tutu», carismático estandarte de su etapa davisiana; y Clarke, por último, además de dejar buena prueba de su insuperable slap al bajo eléctrico, explotó todas las posibilidades del contrabajo acústico, tanto con el arco como en pizzicato, arpegiando como el consumado maestro que es y regalándonos el mejor solo de la noche.

Pero hazañas individuales aparte, lo más deseable: que, a veces, incluso llegaron a sonar como una banda conjuntada (así, en el homenaje final a Michael Jackson). De modo que, en lugar del inmenso latazo esperado, para mi sorpresa, asistimos a un espectáculo brillante y bien concebido, en el que los tres fenómenos supieron complementarse entre ellos acertadamente.

Para acabar la noche, una banda de jazz «comme il faut»: el cuarteto del altosaxofonista romano Steffano di Battista, con fama, justificada a tenor de lo escuchado, de ser uno de los mejores grupos europeos. Lo que ofrecían era más previsible, pero es justamente lo que nos gusta: brioso hard bop tocado con entrega y maestría. Exacerbadas improvisaciones llevadas al límite. Espectacular uso de la sordina por el trompetista Flavio Boso. Elegante toque distintivo aportado por el Hammond B3 de Baptiste Trotignon. Y el beat potente y ajustado de Eric Harland, uno de los mejores baterías del mundo, sazonando el conjunto. Alicientes más que sobrados para concluir la jornada entonados y optimistas. Esta noche, con el jazz vocal, será otro cantar.

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