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Las peores pesadillas para Barack Obama se hacen realidad día tras día en Afganistán

Once muertos en un bombardeo de cazas paquistaníes contra refugios talibanes en Orakzai, en la frontera con Afganistán. Mueren tres soldados afganos en un atentado suicida en el sur de Afganistán. Un cazabombardero de EEUU con dos miembros a bordo se estrella en Afganistán. Al menos cinco muertos y varios heridos en un nuevo ataque con misiles de un avión no tripulado estadounidense en la región paquistaní de Waziristán del Norte, fronteriza con Afganistán. Nueve civiles muertos, entre ellos cinco niños, por una bomba en una carretera en el sur de Afganistán. Muere otro soldado británico en Afganistán. Mueren seis civiles y catorce resultan heridos en un ataque de un helicóptero de las fuerzas internacionales sobre una zona de la provincia sureña afgana de Kandahar... Y aún podríamos llenar más líneas con el recuento de muertos, heridos y ataques que han tenido lugar en los últimos dos días tanto en Afganistán como en las zonas fronterizas de Pakistán. La tensión es máxima en la zona y el número de bajas, militares (tanto de las fuerzas combatientes en Afganistán y Pakistán como de las tropas aliadas) y civiles, aumenta sin cesar, hasta el punto de que el mes de julio ha sido el peor en cuanto a cifra de muertos para las fuerzas aliadas (de lo que podríamos deducir que el número de víctimas afganas y paquistaníes, cuyo número exacto se desconoce, es también mayor que nunca). Según www.iCasualties.org, una página web que se presenta a sí misma como independiente aunque sólo cuenta a los muertos de la OTAN, en lo que va de mes han muerto ya 26 estadounidenses, 15 británicos, 6 canadienses, dos turcos y un italiano. El número de víctimas mortales en las fuerzas aliadas se acerca vertiginosamente al total del año pasado, que llegó a 294 (208 en lo que va de 2009).

Para asomarnos a la dimensión de las cifras de civiles que pierden la vida en los bombardeos aliados, basta recordar que el general estadounidense Stanley McChrystal, nuevo comandante de las tropas estadounidenses y de la OTAN en Afganistán, emitió este mes una directiva destacando la importancia de evitar la muerte de civiles y limitar el uso de los ataques aéreos en zonas residenciales. A este respecto, el jefe del Estado Mayor de Estados Unidos, el almirante Mike Mullen, admitió el viernes que «ya hemos matado a demasiados civiles» y aseguró que, aunque muy tarde, las tropas estadounidenses, hasta el último soldado raso, comprenden hoy que deben proteger a los civiles. En el pequeño listado que hemos presentado como arranque de este editorial, el lector habrá apreciado que no todos los soldados parecen haber comprendido la directiva.

Obama se queda sin margen

Es más que obvio que, tras casi nueve años de invasión, Estados Unidos y el resto de aliados que lo acompañan en la intervención en territorio afgano (y paquistaní), están absolutamente empantanados. Son muchos los militares y analistas que reconocen abiertamente que están perdiendo la guerra y que los talibanes ganan posiciones, aumentan sus ataques y controlan cada vez más territorio. Esto ha obligado a la Administración Obama a replantearse su estrategia. El viernes, por ejemplo, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, señalaba la posibilidad de aumentar el contingente militar en Afganistán este año, aunque tanto Gates como otros jefes militares estadounidenses han señalado repetidamente que la llegada de nuevas tropas debe hacerse con discreción -y en pequeño número cada vez- «para no dar la impresión de que se trata de una fuerza de ocupación». Ya es tarde para eso, claro está. El problema es que Afganistán (y, desde hace ya muchos meses, también Pakistán), se ha convertido en un polvorín mayor incluso que el de Irak. A Obama se le va en ambos países muchísimo más dinero del que preveía gastar, y sus asesores no ven cómo salir del enredo. Su único consuelo es que fueron George Bush y compañía los que metieron al país en Afganistán, pero de eso, pronto, nadie se acordará, y el problema será única y exclusivamente de Barack Obama, a quien el tiempo, y el margen, se le acaba en la parte más convulsa de Asia, esa que podríamos llamar «Afpakistán» por la separación cada vez más endeble que marca la línea fronteriza entre ambos países.

Hay un factor más que está contribuyendo a que la situación en Afganistán esté hoy, quizás más que nunca, en el centro del debate político y público, especialmente en Estados Unidos y Gran Bretaña. Y es la decisión de la Administración Obama de dar visibilidad a los cuerpos de los soldados muertos en el exterior. Esto está originando, en ambos países, una primera sensación de «orgullo patriótico», según han destacado muchos analistas (y esto se pudo apreciar el martes, por ejemplo, en Wootton Bassett, Wiltshire, Gran Bretaña, donde miles de personas lanzaron flores sobre el cortejo fúnebre con los féretros de ocho soldados británicos muertos en Afganistán) pero, ¿cuánto tiempo tardará ese sensación en convertirse en ira y en presión dirigida hacia los gobiernos de Barack Obama y Gordon Brown?

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