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CRÓNICA Festival de Jazz de Gasteiz

Entre la languidez posmoderna y la exhuberancia manierista

Dos estilos vocales, dos trayectorias bien distintas, dos personalidades contrapuestas se sucedieron el pasado viernes en el escenario de Mendizorrotza, en la penúltima jornada del jazzaldia gasteiztarra.

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Javier ASPIAZU

Dedicado a la memoria de Billie Holiday de cuya desaparición se cumplían exactamente 50 años, el día del jazz vocal femenino acabó convirtiéndose, a pesar de la luctuosa onomástica, en una gran fiesta, a la que contribuyó decisivamente la arrolladora presencia escénica de Dee Dee Bridgewater.

Pero vayamos por partes. Quien se presentó ante el público en primer lugar fue el quinteto de Madeleine Peyroux, la vocalista surgida en el entorno del jazz con el éxito más rotundo y excesivo de los últimos tiempos. El año pasado desde las páginas de este mismo diario nuestro colega Xabier Portugal se preguntaba en un acertado titular: «¿Nos estaremos quedando sin cantantes de jazz?» La pregunta venía motivada precisamente por el fenómeno Peyroux: una supuesta cantante de jazz que apenas swinguea, cuyo fraseo se puede calificar de todo menos expresivo y que recurre a frecuentes versiones pop para insuflar interés a su cuestionable repertorio. De éstas, ayer oímos dos que se han vuelto imprescindibles en sus recitales: el clásico francés «La Javanese» y el «Dance me to the end of love», de Leonard Cohen. Hasta ese momento el concierto había discurrido por cauces poco halagüeños. Las protestas iniciales de un sector del público por los graves machacones del bajo de Barack Mori propiciaron un plan alternativo: dos piezas, algo más entonadas, en formato acústico, con bajo y contrabajo. Y después de las versiones y el inevitable recuerdo a Billie Holiday, poco entusiasta por cierto, tocó promocionar el nuevo disco «Bare Bones», del que habría que destacar el tema inicial, «Instead», cuya filosofía bienhumorada y vitalista, define bastante bien a esta cantante de lánguidas maneras y aire inocente, y un tanto hippy, que parece cabalgar sobre su inesperado éxito con una sabia indiferencia, como si fuera consciente de que es flor de un día y no le importara lo más mínimo.

El público la premió con creces, pero el de la Peyroux fue un concierto discretito si lo comparamos con el que vino a continuación. Dee Dee Bridgewater apareció en el escenario secundada por una banda de lujo, la cabeza afeitada (solo al principio pudorosamente cubierta) y la decidida intención de ofrecer un sentido homenaje a la memoria de Billie Holiday.

Enfásis

Exhuberante, locuaz, histriónica y dotada de un imponente caudal vocal, la Bridgewater incurrió continuamente en la tendencia a forzar la voz y adornar en exceso los finales de los temas como ocurrió en «Lady sings the blues» y «Lover man», por poner sólo algunos ejemplos. En «Don't explain» fue, sin embargo, el soprano excesivamente chillón y enfático de James Carter, campeón del exceso y del alarde innecesario, el que la pifió. Este saxofonista, de un virtuosismo casi sobrehumano, y una irritante tendencia al lucimiento superfluo, compitió con la Bridgewater por el favor del público, y contribuyó decisivamente a que muy pocas de las versiones de Holiday resultaran verdaderamente logradas. ¿Recuerdan el manierismo? Aquel movimiento artístico caracterizado por la exageración de gestos y formas. Pues mucho de eso hubo en el modo de interpretar de Dee Dee y del petulante James Carter. Por eso, para este cronista fue uno de los momentos menos espetaculares, el dúo de la Bridgewater con el contrabajista Ira Coleman («My mother son in law»), desbordante de sensualidad y picardía, el más ajustado en el uso de la voz y las posibilidades expresivas de esta arrolladora intérprete.

Para el final, una vez rendido el homenaje, quedó la celebración del swing con dos standards infalibles: «All of me» y «A foggy day». Y aquí sí dio muestras sobradas de su enorme talento esta gran dama del jazz (de las poquitas que nos quedan), practicando el scat sin excederse y fraseando con un vigor y una gracia soberanas.

A pesar de los inconvenientes reseñados, una de las experiencias más gratificantes del presente Jazzaldia.

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