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Jesus Valencia Educador Social

Don Francisco y sus conquistas

 

No me refiero a Pizarro aunque, tomando en cuenta sus actuaciones, valga como referente para esa breve reseña. El extremeño, contando con la encomienda de la Corona, cometió desmanes sin cuento en la tierra de los incas. No contento con destronar dinastías, se dio a la pretenciosa labor de sustituir deidades. Dictaminó que Atahualpa debía de morir por blasfemo y que sus diosecillos intrusos no cabían en el cielo monotéico de la cristiandad. Los conquistadores españoles no se anduvieron con remilgos. Se apropiaron de los espacios destinados al culto y de todas sus dependencias anexas; bienes y pertenencias que, con el visto bueno de la Corona, pasaron a engrosar el patrimonio de la iglesia. No procedía dejar todas aquellas riquezas en manos de gentes salvajes, idólatras y desalmadas. Los sacerdotes que oficiaban aquellos ritos sanguinarios no corrieron mejor fortuna; fueron pasados a cuchillo los que nos consiguieron poner tierra de por medio.

Don Francisco Perez es burgalés y contemporáneo. Utiliza otro modales y cuenta con mayores predicamentos. La Corona española le confirió el título de Arzobispo castrense con rango de general y el Vaticano le ha confiado la Archidiócesis de Pamplona y Tudela. Con tan firmes espaldarazos, don Francisco ha tomado a bien actuar en sus territorios con la entereza de quien defiende la patria a la que pertenece y la institución a la que representa. Ha seguido la tarea expoliadora que iniciara su predecesor Sebastián. Los vecinos de Mugiro se quedaron sin apezetxea; a los de Uharte se les usurpó una bellísima imagen de la Virgen, talla de estilo francés, que tanto veneran; los de Artajona perdieron la propiedad de la iglesia de San Saturnino ubicada en el Cerco y que fue honra de aquel pequeño reino; a los de Eneriz les birlaron sus crismeras, joya de la que se ufanaban; a los habitantes de Garinoian, en el valle de Gesalaz, los despojaron hasta de los restos de la ermita de San Ciriaco; a los de Azkona... La lista sería muy larga. Con el visto bueno de la justicia española, la Iglesia se ha convertido en la principal acaparadora de propiedades y obras artísticas en este nuestro pequeño Reino vascón.

Por lo que se refiere al clero indígena, tampoco los vientos soplan a su favor. Su identificación como iglesia local cuenta muy poco, ya que la diocesaneidad se cotiza a la baja. Aunque anduvieran siempre con alzacuello, no merecerían el favor episcopal. Aunque pasaran las horas del día en el confesonario y las de la noche en la adoración nocturna, todavía serían tratados como clérigos de rango inferior. Si no se registran en alguno de los muchos grupos que constituyen el núcleo del integrismo eclesiástico, no merecerán la confianza de su arzobispo.

Don Francisco Pérez, que acaba de nombrar a su equipo de afines, ha demostrado la misma preocupación y recelo que otros muchos cargos españoles que le precedieron. Ya lo advertía el autor Mártir de Anglería en septiembre de 1523: «El rey proclama que, para asustar más de cerca al enemigo, se trasladará a Pamplona. Los jefes le disuaden alegando que no debe de confiar en los navarros».

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