CRíTICA cine
«Paisito»
Mikel INSAUSTI
Paisito» es la mejor película de cuantas ha rodado hasta la fecha Ana Díez y, si no es más redonda, se debe a que la realizadora no ha sabido olvidarse de su procedencia y de sus errores pasados porque, de haber dejado de lado la parte de la narración que se desarrolla en Iruñea, ahora estaríamos hablando de uno de esos títulos que gana premios en los festivales internacionales. Esta vez, ha contado con un magnífico guión del uruguayo Ricardo Fernández Blanco, que dota al grueso de la narración desarrollado en Montevideo de una autenticidad asegurada por las sólidas interpretaciones del reparto charrúa. Por fin se nos informa desde la gran pantalla del golpe militar ocurrido en Uruguay y de sus consecuencias, ya que no ha sido tratado por el cine como debiera, ni siquiera por los realizadores locales, y así «Matar a todos», presentada por Esteban Schroeder en el Donostia Zinemaldia hace dos años, resultaba demasiado confusa.
El estimable trabajo de Ana Díez viene a llenar ese vacío existente, salvo por el innecesario añadido de la historia de los niños protagonistas en la edad adulta, y que desde el extranjero puntea lo descrito durante los llamados «años de hierro» en Uruguay, creando un distanciamiento espacio-temporal que no le sienta bien a la película. Lo acontecido en el golpe militar de 1973 recibe un muy interesante tratamiento, equiparable al que el chileno Andrés Wood utilizó en su celebrada «Machuca», al describir el impacto del pinochetismo en la sociedad de la época desde el punto de vista de unos colegiales. En el caso de «Paisito», la mirada de la pareja de menores es ampliada por medio de las personas de su entorno familiar y vecinal, hasta completar un cuadro vivencial representativo de aquellos terribles momentos. Una perspectiva situacional que pierde intensidad por culpa del paralelismo fuera de lugar que se establece cuando la acción salta a un periodo más reciente, con la pareja estelar rememorando aquellas fatídicas fechas que les separaron.
El reencuentro se supone que sirve para que los que fueron niños se conviertan en amantes y materialicen la relación entonces bruscamente interrumpida, pero sus dudas personales debidas al dolor de las heridas que no cicatrizan con el paso de los años interrumpen la comprensión por parte del espectador de los hechos históricos. Si Ana Díez quería hacer una denuncia de que en Uruguay, a diferencia de lo sucedido con otras dictaduras sudamericanas, no ha habido un enjuiciamiento posterior a los militares golpistas, lo cierto es que no dispone de minutos suficientes para ello en esta película. Los breves diálogos entre el veterano futbolista de Peñarol fichado por Osasuna y la novia de su niñez, convertida en María Botto, no bastan para aclarar el tema, merecedor por si solo de una continuación u otra película en exclusiva. Merece la pena quedarse con el resto del metraje, con el acertado retrato que se hace de la perturbada y peligrosa psicología de los «milicos», así como de la manera en que utilizaron la amenaza de los «tupamaros» para sacudirse a toda la oposición, fuera del signo que fuera. El ejército se basó en la acusación de «sedición» para atemorizar a la población civil y así eliminar el más mínimo foco de resistencia o de simple descontento. El complejo personaje de Emilio Gutiérrez Caba es un ejemplo perfecto del ciudadano anónimo que, por su simple filiación de republicano exiliado de la España franquista, se ve presionado para tomar partido y así poder salvar el pellejo.
Dirección: Ana Díez.
Guión: Ricardo Fernández Blanco.
Fotografía: Alfonso Parra.
Intérpretes: Mauricio Dayub, Viviana Saccone, Emilio Gutiérrez Caba.
País: Estado español-Uruguay, 2008.
Duración: 88 m.