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Iñaki Soto Licenciado en Filosofía

Nunca digas nunca jamás

Ya me perdonarán mis amigos irlandeses por tomar como referencia a un espía al servicio de su majestad la reina de Inglaterra. Me disculparán también mis profesores por citar a un icono de la cultura popular en vez de a un filósofo clásico. Pero creo sinceramente que esa frase es uno de los lemas que deberíamos llevar tatuados a fuego en nuestras conciencias. La vida nos muestra que cambiar es parte de la naturaleza humana. La historia evidencia que, incluso aun cuando consideremos la rigidez un valor en sí mismo, los cambios que se dan en la naturaleza de las cosas -y sobre todo de las sociedades- pueden dejarnos obsoletos. Mantener una misma postura en situaciones distintas e incluso opuestas es como llevar la misma ropa cuando llueve y cuando no. Y si algo demuestra el conflicto político vasco es lo inútil de reirse mientras el otro se moja, porque suele ser preludio de un chaparrón encima de tu cabeza al más puro estilo de «El Show de Truman».

Desde la transición han pasado ya más ministros de Interior que actores han representado el papel de Bond. Siguen sin entender que el whisky Dic pega igual agitado que revuelto, y que emborracharse de victoria deja una resaca fatal. Siempre queda la esperanza de que en el fondo esa postura de dureza e inamovibles convicciones no sea más que una maquiavélica estrategia para ganar posiciones de cara a una negociación que ellos saben inevitable. En ese caso su error de cálculo sería que, en vez de preparar a una sociedad que de por sí está predispuesta a solucionar un conflicto que no le trae más que problemas, con su pedagogía invertida convierten esa postura en un «nunca jamás». Y entonces se sienten atados de pies y manos para emprender el necesario proceso de resolución.

En todo caso, dado que la victoria militar es imposible, la realidad se impone y siempre reaparece como James Bond al final de la película. El malo ya lo daba por muerto, y le echa en cara que reaparezca «con la tediosa inevitabilidad de una estación no deseada». Lo peor que pueden conseguir los malos es hacernos creer que siempre será invierno. O convencernos de que llevar chubasquero es lo propio, llueva o haga sol.

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