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CRíTICA cine

«Desgracia» No tocar a la mujer blanca

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Mikel INSAUSTI

En la Copa Confederaciones de fútbol celebrada en Sudáfrica hubo oportunidad de observar el desconocimiento que existe sobre el racismo, cuando el narrador del partido inaugural de los Bafana Bafana llegó a afirmar que los aficionados nativos que llenaban el estadio abucheaban a coro al único jugador blanco del equipo. Bien, pues estaba sucediendo justo lo contrario, pero al gritar todos a la vez el nombre de Booth en plan tribal, el sonido que producían, al igual que el de sus trompas, a los oídos de un occidental acaba resultando de lo más estremecedor. Sin embargo, lo cierto es que el gigantón Matthew Booth se siente querido por la mayoría negra del país, como una especie de nuevo héroe solitario en la lucha por la reconciliación.

Cuento esta anécdota para explicar lo sucedido con «Desgracia», ya que en su día la novela de John Maxwell Coetzee fue acusada de racista por culpa de una lectura superficial y apresurada, como si el mero hecho de que el Premio Nobel sudafricano sea blanco implique automáticamente la sospecha de xenofobia. Con la película se corre idéntico peligro, debido a que no puede ser más fiel al texto original, y a que los autores de la adaptación son el matrimonio australiano formado por el director Steve Jacobs y la guionista Anna Maria Monticelli, muy cosmopolitas ellos como mostraron en «La Spagnola», pero blancos, al fin y al cabo, y procedentes de un país que no es ejemplo de haber tratado históricamente bien a la población aborigen.

Entre los diez años que van de la concesión del premio Broker a la novela de Coetzee y el estreno de su versión cinematográfica, la situación en Sudáfrica sigue siendo igual de compleja, porque las cosas no son como las cuenta la prensa internacional, que abandona la pista de un conflicto en cuanto deja de dar titulares. El autor de «Desgracia» ha sido muy valiente al hablar de aquello sobre lo que ya nadie quiere hablar, porque oficialmente el cuento de la reconciliación en Sudáfrica se cerró con el consabido «fueron felices y comieron perdices». Luego, por otra parte, está, además de la incorrección política, la supuesta falta de derecho moral a referirse a los problemas de la minoría blanca una vez superada la política segregacionista del apartheid. Se ha escrito mucho y se han hecho decenas de películas sobre lo ocurrido antes del triunfo democrático del Congreso Nacional Africano y de Nelson Mandela, pero hay que remitirse especialmente a J.M. Coetzee para saber si la tensión racial ha desaparecido o, por el contrario, continúa latente y es difícil de erradicar.

Hay que ser muy poco analítico para ver tendenciosidad en la descripción del ataque violento que sufren en su aislada granja el padre y la hija blancos de «Desgracia» a manos de un grupo de jóvenes nativos. Es un traumático hecho puntual que funciona como eje narrativo, y alrededor del cual giran las actitudes y reflexiones de los personajes implicados. Intuyo que en Euskal Herria siempre se va a entender mejor la filosofía de Petrus, que ampara a los agresores por ser de su propia sangre y porque sabe muy bien que la agresión responde a una forma instintiva de marcar territorio frente al invasor. Ellos han violado a la mujer blanca, aunque en el lado opuesto, el padre, ese profesor universitario encarnado con escepticismo vital por John Malkovich, obliga a prostitutas negras a practicar sexo oral con él. Es imposible liberarse del pasado y así lo asimila la hija, dispuesta a aceptar el pago de las cuentas pendientes.

Ficha

Título original: `Disgrace'.

Dirección: Steve Jacobs.

Guión: A. M. Monticelli.

Intérpretes: John Malkovich, Jessica Haines, Eriq Ebouaney, Antoinette Engel.

País: Sudáfrica-Australia, 2008.

Duración: 120 m.

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