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CRíTICA Quincena Musical

Proposición indecente

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Mikel CHAMIZO

Acostumbrados a los monumentales montajes de la Fura dels Baus, algunos tuvimos la impresión de que la propuesta escénica de Carles Padrissa no terminaba de encajar en el escenario de la sala sinfónica del Kursaal. No sabría decir a ciencia cierta si le faltaba espacio o si le sobraba, pero esta adaptación de un espectáculo anterior de la Fura, titulado «El alegro rostro de la primavera» y estrenado el pasado año en el Euskalduna de Bilbo, pareció no ajustar adecuadamente las proporciones de su escenografía a las características, bastante incómodas, eso sí, del escenario donostiarra. La idea era sencilla: un gran cilindro con paredes de tela semi-transparente servía de pantalla de proyección de imágenes de todo tipo, pero era también elemento escénico principal y marco para las bizarras representaciones paganas ideadas por la Fura, que no supusieron novedad alguna para los conocedores de su trabajo: ahí estuvo su imaginería ciber-punk mezclada con elementos medievales, exigencia de época de los cantos goliardos del «Carmina Burana»; también su efectismo tecnológico, con su grúa elevando a la gente por los aires, sus luces de neón y sus DVDs portátiles animando partes del cuerpo de los personajes; y ahí estuvo la inevitable interacción con el público, mandando a las doncellas de la primavera a extender aromas de lavanda por toda la sala. Nada nuevo, por tanto, aunque tampoco nada malo, más bien todo lo contrario. Aunque la Fura haya realizado numerosas incursiones en el mundo de la música y de la ópera, en Donostia todavía no habíamos tenido la oportunidad de observar a la compañía catalana en esa tesitura, y se agradece la oportunidad de ver a algo menos convencional en esta ciudad. Además, algunos aspectos de este «Carmina Burana», como las video-creaciones, gozan de una notable calidad y resultan lo suficientemente llamativas como para hacer pasar desapercibidos los numerosos pequeños fallos de rodaje del espectáculo, en especial los relativos a la iluminación. La Fura plantea el desarrollo de este «Carmina Burana» en torno a cuadros vivientes que representan simbólicamente las sátiras políticas y sociales, las odas a los gozos de la naturaleza y los poemas pasionales y lascivos que conforman las tres partes en que dividió Orff su cantata. Cada uno de los veinticinco poemas recibe su particular tratamiento escénico, sin una historia general demasiado obvia y con la presencia recurrente de los personajes encarnados por los cantantes como único hilo conductor, además del coro como observador-comentarista de las pasiones y los valores que se ponen en juego a cada momento. Carles Padrissa escande bien las escenas que se van sucediendo, sabe cuándo tiene que provocar un poco y cuándo le conviene relajar la tensión. El espectáculo, en definitiva, funciona.

Y también funcionó el aspecto musical, sobre todo la parte orquestal. Acostumbrados a versiones efectistas y algo cacharreras de esta partitura tan discutida, la perspectiva sutil e instrumentalmente tan delicada que le aplicó Alejandro Posada resultó ser, en cierto modo, esclarecedora de los auténticos valores musicales de esta obra tan popular para el público pero tan ninguneada por los músicos. Se pudo apoyar también en un Orfeón Pamplonés que salvó la papeleta con buena nota en lo expresivo. En cuanto a los cantantes, cumplieron con su labor satisfactoriamente, fuera ésta la de cantar sus partes o la de servir de icono sexual a la manera de una Venus de la fertilidad prehistórica. En cualquier caso, se desenvolvieron con desparpajo por el escenario y provocaron lo que tuvieron que provocar.

El público de Donostia reaccionó positivamente al espectáculo, aunque, a mi parecer, también fue algo dubitativo. No es fácil entrever el verdadero valor de una propuesta que desborda nuestro cerebro a base de imágenes sorprendentes y referencias sexuales. A lo mejor no merezca la pena intentar ir más allá, y tan solo haya que dejarse seducir con algo más frívolo y más físico que lo habitual. Al fin y al cabo, eso es lo que parecía buscar el monje anónimo que escribió estos poemas hace ochocientos años. Perfectamente respetable, por tanto, esta primera proposición indecente de la Quincena Musical.

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