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Francisco Larrauri Psicólogo

Fallido

La realidad es tozuda y amenaza la auto-imagen de perfección del ministro español y de otros muchos que dedican todas sus fuerzas, a odiar y tratar de destruir a la vida, «non da Jon?», en nombre de la justicia

Otra primicia de Alfredo Pérez Rubalcaba. La primera fue en noviembre del año pasado, cuando después de detener en Francia a quien le endosaban la máxima responsabilidad militar en los últimos años, declaró «que no se haga nadie ninguna ilusión, que ETA no va a desaparecer».

Rubalcaba nos sugirió con aquella primicia que las partes se preparen psicológicamente para un largo conflicto político y militar con el consiguiente padecimiento y deterioro de la convivencia, en definitiva, que apostaba por lo que estratégicamente se llama guerra de desgaste. Después de esta analizada conclusión del jefe de todos los policías de que ETA ni se disolverá, ni se evaporará, ni se difuminará, entramos directamente y colectivamente en el terreno de la decepción política. Y esto tendría que doler a todos por la aflicción y la pesadumbre que conlleva, pues la hipótesis de la pacificación de Euskal Herria no puede ser falsa sin que seamos capaces de demostrar que lo es.

Segunda primicia de Pérez Rubalcaba, después de la explosión en la caserna de Burgos: «ha sido un atentado fallido». Por venir del máximo responsable de la inteligencia policiaca es una primicia eminentemente clarificadora y muy contrapuesta al sentido común. Las personas eficaces en su trabajo conocen sus propias limitaciones y cuando el inflado ego les lleva a descuidar principios morales superiores, indirectamente llamando a los otros a aprender de sus errores, son personas malas. La sutileza, la baja consistencia, y la persistencia de esta primicia convierte a Alfredo Pérez Rubalcaba en un personaje que desconoce sus límites.

Vaya por delante que poco sé de química y de explosivos, a pesar de que mi profesor de química era un militar, pero según los técnicos se producen diversos tipos de reacciones en régimen de detonación, en régimen de deflagración, con efectos perforantes, fragmentadotes, etcétera, etcétera. Y fuera por lo que fuere, yo me alegro que la sombra no tenga las riendas por la mano.

En los años que el IRA bajó a Londres, a finales de los sesenta, se produjeron algunas explosiones en la ciudad. Una de ellas ocurrió en la calle que trabajaba. El zambombazo de la calle Oxford Street reventó más de quinientos metros de fachada de la comercial calle. La explosión, dijo el IRA, era un aviso para toda la industria capitalista inglesa ubicada en la aquella zona, así como un despertador, dada la hora del acontecimiento, para el Gobierno inglés, reina madre incluida. No hubo que lamentar víctimas, y fuentes oficiales explicaron que se trataba efectivamente de una potente bomba, pero a nadie se le ocurrió decir que era un atentado fallido del IRA.

En la guerra psicológica ya sabemos que es primordial hacerle ver al enemigo que todo le sale mal para ir minando la moral de sus soldados. Pasado cierto límite, se entra en el terreno del desafío que concede cierto alivio provisional al exceso de tensión, pero con un riesgo de sufrimiento humano, por lo que significa la declaración para ambas partes. Lo fallido, es decir, lo imperfecto, frustrado, malogrado, fracasado, ha sido su primicia informativa en el marco de la guerra psicológica, que con su ceguera ideológica, social y técnica le convierte realmente en un mosquetero, es decir, en un auténtico peligro social para el puesto que ocupa. Se ha descubierto su disfraz, la primicia que encubre el lance, y la información que esconde el odio.

La realidad es tozuda y amenaza la auto-imagen de perfección del ministro español y de otros muchos que dedican todas sus fuerzas a odiar y tratar de destruir la vida -«non da Jon?»- en nombre de la justicia.

No existen misterios psicológicos para descubrir cómo puede declararse un alto el fuego total, permanente e irreversible, pero Alfredo Pérez Rubalcaba sueña todavía con sus demonios.

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