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CRÓNICA | Concurso gastronómico

Rehogar con paciencia la cebolla, imprescindible para un buen marmitako

El segundo día de la Aste Nagusia donostiarra despertó entre fogones. En la segunda edición del concurso de marmitako , treinta parejas quisieron demostrar en la plaza de la Trinidad que la suya era la mejor. Establecidos los ingredientes permitidos, el vino blanco era opcional, aunque muchos optaron por él. Eso sí, a la hora del hamaiketako.

El olor a cebolla inundó la plaza de la Trinidad en cuestión de minutos. Apenas habían pasado las diez y media de la mañana, hora en la que comenzaba oficialmente el concurso, y las cazuelas estaban ya bañadas en aceite de oliva.

Aunque la manera de preparar un marmitako es muy personal, todos los participantes parecían estar de acuerdo en que lo primero es rehogar cuidadosamente la cebolla.

«Picar la cebolla en trocitos pequeños, y removerlo de vez en cuando para que se haga bien y no se queme», matizaban los ganadores del pasado año.

Mientras, en el resto de participantes se repetía el mismo gesto; en una mano sostenían pimientos, patatas, cebollas o pimientos choriceros, y en la otra cuchillos grandes, largos, bien afilados.

Las bases del concurso dictaminan los ingredientes permitidos, que son los básicos y necesarios para preparar un buen marmitako, y algunos opcionales como el vino blanco, pero no en exceso, porque se corre el riesgo de que el pimiento al final no sepa a pimiento.

La plaza se iba llenando de curiosos, que miraban, y de paso esperaban a la degustación que tendría lugar al final.

Oihane LARRETXEA

Era llamativa la gran presencia de hombres, siendo una minoría las mujeres que participaron. Ellos controlaban que la cebolla no se quemase, o que el caldo llevase suficiente sal.

La hora del hamaiketako

Según avanzaba la mañana, el olor inicial a cebolla se mezcló con diversos ingrendientes, provocando el hambre a más de uno.

Puesto que es difícil resistirse a no comer mientras se cocina, poco a poco se empezaron a descorchar botellas de sidra, vino o latas de cerveza, y se picoteaba chorizo, salchichón, incluso kokotxas.

Mientras se cocinaba se comía el hamaiketako, y mientras se picoteaba se hablaba con quien se tenía al lado.

Quien en un primer momento era contrincante, venía a ser casi un conocido, y entablando conversación, sin quitar, eso sí, el ojo de la cazuela, se invitaba al vecino a un trago de sidra.

Es curiosa la cocina. Lo que en un principio era lo mismo para todos -los mismos pimientos, las mismas cebollas, el mismo bonito-, en cada cocina, en cada cazuela, tomaba su forma y color, y con ello, su sabor.

La forma de cortar las verduras, el orden de añadirlas al aceite, el tamaño de los tacos del bonito...todo influirá en el resultado final. Y es que ya lo decía un concursante: «cada maestrillo tiene su librillo».

«Hay que tener mucho cuidado con el bonito, ya que si se añade demasiado pronto se seca, y si se añade demasiado tarde, queda crudo», explicaba una concursante.

Según se acercaba el final algún concursante abría, de vez en cuando, la tapa de la cazuela, dejando al descubierto las patatas que bailaban en la salsa hirviendo, e introduciendo la cuchara de palo se comprobaba que todo estuviera en su punto.

Ganar resultará todo un orgullo, aunque seguro el vencedor no se libre, a partir de ahora, a cocinar marmitakos.

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