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Antonio ALVAREZ-SOLIS Periodista

Una sociedad sin garantías

El autor arranca su reflexión partiendo del concepto de posibilidad como eje central de la ciencia y la práctica políticas. Un eje que ha quebrado en dos el ministro español del Interior, Alfredo López Rubalcaba, al negar tajantemente que Batasuna regresa al ámbito de la política «legal» ni aún en el caso de que aborde un replanteamiento sobre la violencia.

En política se puede renegar de todo, menos de la posibilidad. Porque la política es la posibilidad; la capacidad de instaurar realidades. La libertad. Los valores son absolutos, pero han de comportarse siempre como posibles. El no a la posibilidad en nombre de lo absoluto es un invento español que ha convertido la vida social en imposible. Sin posibilidad no hay evolución. La simplicísima ameba contiene en sí todo un mundo de variables; contiene el mundo. Las grandes verdades son la luz, pero precisan del foco posible que las dirija según la necesidad y la hora.

Sentado todo esto en el inicio de la reflexión me pregunto qué contenido de ameba dinámica y, por tanto, con futuro hay en el Sr. Rubalcaba, ministro de la Policía, que ha emitido la siguiente frase: «Si alguien está pensando en solicitar la legalización -habla de Batasuna- aprovechando un desmarque de la violencia más o menos explícito la respuesta va a ser no. Hay que decirle a Batasuna con toda rotundidad que nunca volverá a las instituciones mientras ETA siga viva».

La posibilidad, como motor de «encuentro en la verdad», según el teólogo Brunner, ha dejado de existir para el Sr. Rubalcaba. La vida vasca queda reducida a una opción de sufrimiento o a una muerte por asfixia. O lo que es igual, el ministro acaba de reinventar, en la absoluta soledad de su desierto intelectual, la violencia absoluta como única tangencia con el adversario. Ni siquiera permite que un juez haga una vivificante aplicación de la ley buscando una posibilidad de futuro.

Dice al respecto el Sr. Rubalcaba: «Ni legalización ni diálogo. La tesitura es o ETA lo deja o las fuerzas de seguridad, jueces y fiscales se lo harán dejar». No cree necesario el señor ministro que los jueces y fiscales tengan en su alma la dimensión de lo posible. Los fiscales y los jueces son absolutamente suyos, como replicantes deshuesados.

El principal perfil de la posibilidad es el respeto por la libertad. La libertad es un valor absoluto, pero con unas ciertas y a veces difíciles posibilidades de realizarse, ya que la atribución de propiedad hace imposible esa libertad. La frase que descubrió el cadáver político que la Transición llevaba dentro la pronunció el Sr. Fraga Iribarne en 1976 cuando prohibió la manifestación del Primero de Mayo: «La calle es mía», dijo el ministro. Era la absorción de la posibilidad por la apropiación absoluta del horizonte humano. Tras ello se produjeron los sucesos de Gasteiz, con cinco obreros muertos por la policía y más de cien heridos; la «Operación Reconquista» o sucesos de Montejurra, con dos muertos; las actuaciones de los Escuadrones de la Muerte en el sur de Francia, con el apoyo de Policía y Guardia Civil... Ahora, un ejecutivo del Sr. Rubalcaba en Euskadi, el Sr. López, ha vuelto a renovar esa determinación: «La calle es nuestra», ha dicho el actual lehendakari. Es, pues, una calle sin posibilidades al declararla «nuestra». ¿Nuestra? ¿Pero de quién? ¿Quiénes son los que han decidido sustraer la calle a su riqueza de posibilidades? Ya no es uno sólo, el Sr. Fraga, sino que son más, pero ¿cuántos más? Se multiplican como los gremlins, quizá suscitados por las mangueras de la policía.

El agotamiento de las posibilidades de pensamiento y vida crece ya exponencialmente y la política regresa al dictado que nunca, desde la muerte de Franco, ha dejado de funcionar. Una política que respecto a Euskadi no está justificada con la represión mecánica de la violencia, pues al fin y al cabo no es tampoco eso lo que se persigue. No; no se trata de hacer frente, aunque torpemente, a la violencia. Ni mucho menos. La cierto se esconde tras estas palabras: «Ni legalización ni diálogo». Ahí está la clave de la situación, que empieza a sepultar al ministro en el fracaso.

El problema es la libertad de Euskadi, las posibilidades de Euskadi para escarbar en su propio ser su camino del futuro. Pero si no hay diálogo ni legalización, ¿qué hacemos con ese gigantesco residuo de nada en que han convertido al pueblo vasco? La cuestión radica en que liberada Euskadi seguiría Catalunya y España quedaría reducida a unas tierras incapaces para las posibilidades. Por eso clama el Sr. Rubalcaba: «Hay que decirle a Batasuna con toda rotundidad que nunca volverá a las instituciones mientras ETA siga viva». ¿Y por qué el abertzalismo batasuno ha de tener la única posibilidad de ETA? ¿Por qué sostener desde el Estado que ETA encuadra a toda la masa abertzale? Pueden muchos vascos, y en Madrid lo saben, sentir emociones nacionales que sienten los militantes de ETA. Pero eso ¿justifica que postular posibilidades políticas de soberanía o, al menos, de autodeterminación pueda ser objeto de identificación en el modo de la lucha?

Podría ser que los abertzales de Batasuna no se miraran en el espejo militar de ETA sino que, por el contrario, muchos integrantes de ETA fueran los que se contemplan en el espejo ideológico de Batasuna. La lucha armada que proclama ETA no ha producido ese abertzalismo, anterior en el tiempo. El poder político de Batasuna nace de una fuente propia, una fuente territorial, de la que cabe decir, con Antxon Lafont Mendizabal, que «el derecho de ciudadanía, expresión desgraciadamente en desuso, es el conjunto de derechos públicos y privados que poseen los ciudadanos según el territorio al que pertenecen. Una de las características culturales de la ciudadanía, la solidaridad, ¿cómo se puede desarrollar sin el concepto colectivo de identidad natural?».

Renegar de la posibilidad en política equivale a disolver la política al negarle el acceso al inacabable campo de la ideación ideológica, a la posibilidad de la invención de métodos, formas y contenidos. Si se pregona la democracia no se puede decir tampoco que hay que distinguir entre «la libertad de expresión y el apoyo larvado a la violencia». ¿Dónde se instala intelectual y moralmente esa frontera? ¿Quién es capaz de distinguir, si quiere protagonizar una política de posibilidades, lo que sea apoyo larvado a la violencia? Es trabajoso andar por ese andurrial de distingos sin caer en el propio cepo, porque ¿no puede calificarse también de violencia larvada -y no pocas veces, abierta- suprimir emociones nacionales o pretensión de derechos? Es más, eliminar la posibilidad ideológica es una forma tangible de violencia que empuja a la regresión social. Los mismos ciudadanos no son tales sin ejercer su posibilidad, que ha de ser ilimitada, ya que establecer un límite para la posibilidad crea una realidad lógicamente imposible.

Habla Madrid constantemente de protagonizar un Estado garantista. Quizá un Estado garantista pueda explicarse por su acción autoprotectora -el Estado se garantiza a sí mismo frente a las posibilidades de la sociedad-, pero ese Estado no es garantista de las libertades ciudadanas. Es más, mediante esa autodefensa el Estado se declara en conflicto con la sociedad, la niega en su sustancia, la tritura en sus manifestaciones. Si aceptamos este básico razonamiento llegamos a la conclusión de que la nación vasca vive sin garantías, sin posibilidades de realización y de defensa. Es una sociedad que no sirve para alojar ciudadanos sino súbditos. Esto último debiera evitarlo el gobierno actual de Euskadi, porque por ahí está agotando su existencia como tal gobierno.

Madrid está operando con menosprecio para Lakua. Se sirve de lo vasco como cebo para pescar en otros caladeros. La supresión de las libertades vascas -abordada además con un vértigo que denuncia su contenido y raíz- quizá ayude a Madrid a comprar a los españoles su sujeción secular. Por ahí sí cabe explicar muchas cosas.

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