CRÓNICA Asalto pirata en Aste Nagusia de Donostia
Miles de personas participaron, dentro y fuera del agua, en el abordaje
Lo que empezó como un juego entre amigos de Alde Zaharra, el «Abordaiara», se ha convertido, después de siete años, en todo un referente festivo de Donostia. Con casi 300 balsas participando, alrededor de 2.000 personas abordaron ayer la ciudad a favor de las fiestas populares.
Oihane LARRETXEA
A las diez de la mañana el aspecto que lucía la entrada al puerto de Donostia ya aventuraba lo que estaba pasando un poco más allá. Maderas, palés de obra, cuerdas y restos de cinta aislante esparcidas por el suelo guiaban al viandante hasta el último muelle, junto al Aquarium.
Allí, en un espacio reducido, se encontraban trabajando a destajo cientos de personas de todas las edades para construir un balsa que, claro, flotase. Los más madrugadores habían llegado a las ocho de la mañana. Coordinando todo por turnos para evitar colapsos, los grupos daban forma, poco a poco, a todo el material recogido en obras, contenedores o fábricas.
Jostunak, un grupo de chicas del Antiguo, ha sabido recopilar bien el material. «Éste es el quinto año que participamos y, por experiencias anteriores, fuimos con tiempo a una empresa de reciclaje a recoger maderas», explican.
Se veía todo tipo de bases para fabricar la barca, todo valía mientras flotase: somieres, flotadores, tablas de surf e, incluso, cañas de bambú.
A pesar de la diversidad del material, los gestos y las frases se repetían sin cesar en cualquier grupo: «Tensa mejor la cuerda que, si no, se suelta» o «Hacen falta más clavos... y más cinta aislante». Y también algún «¡Ay!», pues más de uno se pilló el dedo bajo el martillo.
Incidentes aparte, la mañana seguía su curso y el cielo parecía dar tregua. Tras la lluvia inicial, todo apuntaba a que la fiesta no se aguaría, al menos a causa del cielo. Con una sola ojeada era imposible abarcar a toda la gente que estaba congregada en torno al puerto. Año tras año, Abordaiara es el único aliciente de las fiestas para muchos, un día mágico en Aste Nagusia. Por eso, eran muchas las personas que repetían o, aconsejadas por amigos, probaban por primera vez. «Éste es el segundo año; tras la experiencia de la pasada edición, no hemos dudado en estar hoy aquí», comentaban desde Pixkorrita.
Adornos, detalles...y cerveza
Junto con las maderas y cuerdas, se amontonaban en cada balsa decenas de latas de cervezas. Y es que lanzarse al mar sin provisiones parece ser que es peligroso. «Por si acaso, nos cubrimos las espaldas con buena cerveza, que en caso de naufragio nos vendrán muy bien», concluían desde Kaña, un grupo de piratas hernaniarras que hasta ahora nunca ha llegado a los relojes.
Según avanzaban las horas, el material se iba pareciendo ya a una balsa y, quien más quien menos, todos adornaban con detalles la embarcación: un peluche panda en una barca hecha con cañas -quizás para proteger a los marineros-, banderas con reivindicaciones, incluso sillones, quién sabe si para echar una cabezadita.
A los cientos de participantes que colapsaban el paseo del puerto se le sumaban los curiosos. Gente extranjera que con cara de extrañeza preguntaba continuamente qué era aquello, y vecinas y vecinos del barrio que se acercaban a sacar una foto o llevar el hamaiketako.
También se acercaron, para ser piratas por un día, Pirritx, Porrotx eta Mari Motots, que con sus coloridos trajes quisieron participar en la fiesta. «¿Qué niño no ha soñado alguna vez con ser pirata?», preguntaba sonriente Pirritx.
Cuenta atrás
tras atar bien todas las balsas, más de mil personas subieron al Paseo Nuevo para disfrutar en grupo de la comida popular. Reponer fuerzas antes del abordaje final y llegar, si hiciera falta a nado, hasta la orilla.
A las cuatro de la tarde, y paseando por el Boulevard, la gente andaba en una sola dirección. Todo el mundo quería ver el espectáculo en primera fila y había que acercarse con tiempo.
En el paseo no cabía un alfiler, pero el mar que bañaba el muelle estaba a rebosar, y las balsas se amontonaban una encima de otra hundiendo, sin mala intención, a la vecina.
A falta de unos cuantos minutos para el chupinazo, no había persona que tuviera la ropa seca; mojarse era en sí una fiesta y, con la música de los piratas de fondo, las balsas más grandes eran el mejor escenario para echar unos bailes.
Parches, bigotes y cicatrices pintados de negro eran ya una mancha esparcida por la cara, y lo único que se sostenía en firme eran las ikurriñas.
Junto al grito de «Izan pirata, abordatzera!», tres cohetes lanzados al cielo daban comienzo a la carrera por alcanzar la orilla, ya fuera a nado, ya fuera con la balsa, porque vista la situación, más de uno tendría que mostrar sus dotes como nadador. Aunque en cualquier carrera el objetivo es llegar el primero, ésta es una carrera diferente incluso en eso, porque lo importante es pasarlo bien en un ambiente agradable y festivo.
Es más, a juzgar por el ritmo de las balsas, se veía que nadie tenía prisa por llegar, porque el camino en sí era una fiesta. Con la orilla a unos metros, el fin del juego se veía cerca y, ya con los pies sobre la arena, muchos recogieron con cierta melancolía los restos.
Una melancolía que el mar, ya sereno, también mostraba después de la singular batalla ante los relojes de la Concha.
Atraído por la original idea que tuvieron sus amigos al organizar Abordaiara, no dudó en que él quería tomar parte. Siempre en compañía de sus hijos Nabar y Oier, a los que vigilaba yendo por detrás a nado. Desde el pasado año los hijos participan con los amigos, y Karlos, con los suyos.
¿Qué fue lo que le llevo a participar junto a sus hijos, en un juego así?
Precisamente fue la filosofía del juego lo que me llevo a participar, y no dudé en hacerlo junto a Oier y Nabar, que entonces eran pequeños. A pesar del miedo que pudiera tener por el mar, siempre les vigilaba de cerca, a nado, o en la misma balsa. La experiencia fue tan gratificante en tantos sentidos que desde entonces hemos participado cada año. Este día en la agenda está bien marcado.
La participación ahora es masiva. ¿Predecían esto hace ahora ya siete años?
Los inicios fueron muy caseros, algo organizado entre amigos. Unos de los impulsores fue Markel Ormazabal, y en días como el de hoy [por ayer], nos acordamos especialmente de él. Necesitábamos algo que nos enganchara a las fiestas, y se ha conseguido con creces.
¿Se mejoran las técnicas para la construcción de la balsa con el paso de los años?
Recuerdo que el primer año comenzamos a construirla un mes antes, guardándola en un garaje... Ahora, en cambio recolectamos el material que recogemos de las obras y la hacemos en el mismo muelle.
Desde hace un par de ediciones, Oier y Nabar han optado por salir con los amigos...
Sí, y además estoy contento, porque es señal de que les gusta, que lo hacen con ilusión, y pueden seguir así participando muchos años más por su cuenta. Pero no por ello yo he dejado de tomar parte, así que ahora vuelvo con mis amigos.
¿Realmente, lo más importante es participar?
Sin lugar a dudas. El ambiente de este, de la gente, del paisaje... se crea algo indescriptible, una emoción que sólo se puede sentir desde la balsa.