Los espectadores adultos ya disfrutamos de lo lindo con «Ratatouille» y «Wall-E», así que esta vez les toca a los pequeños, porque a ellos va dirigida en esencia «Up», como en su día lo pudo ser «Toy Story». Decir que «Up» es más infantil que las dos anteriores creaciones de Pixar no debe suponer ningún menoscabo, aunque he de reconocer que en algún pasaje de la película me he aburrido algo, justo cuando los niños y niñas que llenaban la sala con sus gafas en 3-D más entusiasmados se mostraban. En la segunda parte, la que transcurre en una exuberante Venezuela, la chavalería se lo pasa en grande por las elevadas dosis de espectacularidad que alcanza la desenfrenada acción.

Al principio, en cambio, se mantienen expectantes, mientras los mayores echamos la lagrimita con la dramática y magistral introducción, una lección de condensación narrativa durante la que, en apenas diez emotivos minutos, se repasa la vida del protagonista sin palabras.

Lo que atrae de «Up» es el efecto multiplicador que aplica al tan últimamente revisitado clásico de Albert Lamorisse «El globo rojo», en una actualización llena de sentido, puesto que nuestras ilusiones de niños hace cincuenta años eran mucho más simples de acuerdo a un mundo también más pequeño. Hoy en día hacen falta cantidades astronómicas de globos de todos los colores para hacer volar los sueños de la infancia por encima de unos edificios cada vez más altos, y eso la película lo explica con una plasticidad majestuosa.

Ahora bien, el caudal imaginativo de los viejos visionarios como Verne sigue alimentado exactamente igual la capacidad de soñar, y de ahí la versión aérea a bordo de un zepelín del Capitán Nemo, que, en su cometido de oponente del héroe de la función, se confunde con el rostro del Kirk Douglas de «20.000 leguas de viaje submarino». Por su lado, el viudo con la cara de Spencer Tracy y el carácter gruñon de Walter Matthau viaja con la casa a cuestas, seguramente impulsado por los vientos huracanados de «El mago de Oz».