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Koldo CAMPOS SAGASETA | escritor

Itxaso y los gigantes

En la plaza de Azpeitia y rodeados de cientos de vecinos y visitantes, gigantes procedentes de toda Euskal Herria se daban cita en el ya tradicional alarde que celebra la villa guipuzcoana el día de Santiago como homenaje a los más pequeños.

Al son de la gaita, del txistu y la dulzaina, iban y venían las comparsas de gigantes de Bergara, de Bidasoa, de Legazpi, de Elgoibar, de Zarautz, de Azkoitia, de Deba, de Azpeitia, de Oiartzun, de Orduña, de Donostia... ante el asombro de Itxaso que, apoyada en una valla, empinaba sus tres escasos años para no perderse el menor detalle de las evoluciones de Mari, de la Sorgiñe, de Basajaun y Tartalo, personajes de la mitología vasca llegados a Azpeitia desde el barrio pamplonés de la Chantrea, o del Rey Católico de Sangüesa.

Con la curiosidad de quien todo lo mira por primera vez, Itxaso asistía al prodigio de ver danzar los gigantes reyes moros, el chino, el baserritarra, la mujer blanca, la mujer negra, la ballena, la sardina... absolutamente absorta, sin atreverse a arquear una ceja o mudar un asombro, no fuera a ser que se rompiera la magia del momento y aquella deliciosa fantasía pusiera al descubierto sus entrañas.

Así fue hasta que, finalmente, cesó la música, se retiraron trikitilaris y dulzaineros, y los gigantes, terminada su danza, quedaron inmóviles y silenciosos alrededor de la plaza.

Entonces, por debajo de sus faldones, emergieron sudorosos y cansados los portadores que les dieran vida y, entre decepcionada y confundida, Itxaso confirmó la amarga sospecha que, tal vez, hacía rato presentía: dentro de un gigante siempre hay un enano.

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