Raimundo Fitero
Casi imposible
Hay promesas que realizamos metódicamente sabiendo que es imposible, o casi, que se puedan cumplir. Algunas las realizamos solemnemente, convocando a los allegados y familiares para comunicárselas, pero otras, las que en ocasiones tienen más valor, las hacemos en la más estricta intimidad. Son promesas que nos hacemos a nosotros mismos y en principio no contamos con ninguna variante que nos aleje del objetivo trazado. Pero la tozuda realidad siempre nos aprieta, nos lleva hacia los límites y descubrimos entonces que son de casi imposible cumplimiento.
Hay series, magazines, programas varios de los que decidimos apartarnos por convicción y hasta por prescripción facultativa o toma de postura. Si este alejamiento se convierte en imposible por encontrarlos en las televisiones en marcha de los lugares públicos, casas de amigos, cocinas de familiares, reprimimos el impulso de hablar de ellos porque consideramos que de vez en cuando hay que volverse refranero o refranista y recordar aquello de que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, que significa, en estos menesteres, que lo mejor es no gastar ni un segundo de nuestra vida, ni un gramo de tinta, ni un recuadro de papel para hablar de ellos, aunque sea críticamente. Pero, de nuevo, se nos presenta como una misión casi imposible.
Renuncio. Me conjuré conmigo y mi resaca para ni ver ni hablar de los programas televisivos, locales, comarcales, regionales, comunales dedicados a las fiestas. Pero es superior a las fuerzas de cualquiera. Son tan pesados que molestan más cuando se hacen los graciosos por las calles que cuando emiten sus pocas gracias. No tienen solución: las propias fiestas se han convertido en un programa cerrado, inmóvil, y solamente caben los tópicos, la reiteración de situaciones, de intenciones. Cuando aparecen los recién llegados, becarios o temporeros, les perdonamos parte de su impericia por novatos, pero cuando se perpetra esas ensaladas infumables de lugares comunes a cargo de recalcitrantes personajillos con muchos quinquenios, entonces se puede percibir como una agresión alevosa al telespectador y contribuyente. Saquen sus idiotas cámaras de los recintos festivos.