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Cristina Maristany Escritora

¿A dónde llegaremos?

Resulta evidente que lo ilegal no son las siglas, sino las ideas expresadas democráticamente. Eso es precisamente lo que se trata de impedir: la expresión libre de las ideas

Hay que remontarse a hechos acaecidos hace tiempo para comprender la barbaridad de todo cuanto ocurre hoy, en el mes de agosto de 2.009, en Euskal Herria. Se han cumplido nada más y nada menos que 50 años de la existencia de ETA y seguimos exactamente igual, todo es una noria que gira estúpidamente hacia ninguna parte.

Hace veintitantos años, uno de esos generales que disfrutábamos en nuestro país hizo las siguientes y gravísimas declaraciones: «Prefiero el terrorismo a la alternativa KAS, la guerra a la independencia del País Vasco». No le ocurrió nada, ni fue sancionado y, seguramente, debió ser condecorado.

Por las mismas fechas, otro general, el general Díaz Losada, antiguo Gobernador Militar de Gipuzkoa, hizo unas muy lúcidas y valientes declaraciones a la «Gaceta del Norte»: «Si las instituciones del estado aceptan dar un nivel de autodeterminación o independencia a una región determinada, el Ejército tendría que respetarlo». El General Díaz Losada fue fulminantemente cesado.

Teóricamente, con la llegada de la tan cacareada «democracia» y, por consiguiente, con la modernización de las Fuerzas Armadas y el distanciamiento, tras tanto tiempo, del fin del franquismo y su cruel dictadura, declaraciones tan inteligentes tendrían que ser frecuentes, llegando a cristalizar en el hecho más importante que debería vivir este país: la paz en Euskal Herria.

Pero resulta que Spain is different, y aquí no vamos hacia delante, sino hacia atrás, como los cangrejos. Los ciudadanos, y sobre todo los gobernantes, se hallan inmersos en un proceso involutivo que sólo tiene un nombre: «cobardía».

Cuando aquel maravilloso 22 de marzo de 2.006 se produjo la tregua de ETA, yo sí creí firmemente en la autenticidad de esa declaración y en la esperanza que se abría, por fin, para el logro de la paz. Y lo creí no por ingenuo voluntarismo, sino porque para mí lo importante son los hechos, y existían tres muy alentadores que hacían intuir las intenciones el mundo abertzale. Lo he dicho otras veces, pero hay que recordarlo: Primero, el alto el fuego permanente; segundo, los más de tres años transcurridos sin que se produjera un atentado mortal (nunca había ocurrido); y, tercero, las sucesivas propuestas de paz que venían realizándose desde hacía ya mucho tiempo.

Transcurrieron ocho meses de paz, pero el Gobierno de Rodríguez Zapatero, ante los ataques furibundos del Partido Popular, fue incapaz de reaccionar a las expectativas creadas. Ni siquiera acercó un solo preso político. Al revés, comenzaron a intensificarse aún más los ataques permanentes a la izquierda abertzale: detenciones, ilegalizaciones, medidas sacadas de la chistera del mago para prolongar los años de cárcel de quienes habían finalizado su larga condena, etc. Luego, tristemente, todo naufragó de nuevo.

Ahora, las declaraciones del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, son aberrantes: «Aun en el caso de que la izquierda abertzale dijese que condena la violencia y solicitara su legalización, la respuesta va a ser radicalmente no. Hay que decirle a Batasuna con toda rotundidad que nuca volverá a las instituciones mientras ETA siga viva».

Estas afirmaciones nos llevan al principio: «Prefiero la guerra a...». Resulta evidente que lo ilegal no son las siglas, sino las ideas expresadas democráticamente. Eso es precisamente lo que se trata de impedir: la expresión libre de las ideas.

Ante este panorama, lo escrito por Raúl Morodo en «El Independiente» hace tiempo le hace asemejarse a Lenin, Marx o Bakunin. Decía: «Diez años después de aprobar la Constitución puede ser una ocasión excelente para replantear teórica y prácticamente, la reordenación de la forma de Estado».

Nunca fui suarista, pero valoro su indiscutible valentía enfrentándose a Tejero en el Congreso, legalizando el Partido Comunista en épocas muy duras, impulsando la Ley de Amnistía, etc. La regresión con este amansado Partido Socialista en el Gobierno es pavorosa: ¿A dónde llegaremos?

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