Woodstock, cuarenta años de flores marchitas y un legado musical único
En la historia de los festivales, Woodstock 1969 sustenta la primacía por el espléndido cartel que reunió. Artistas que mostraron el camino del folk-rock a los actuales lánguidos y atormentados solistas, el rock-blues para aficionados al stoner y los 70, el viaje sicodélico y la fusión del rock y lo afro.
Ixai BARRENETXEA
Todo el mundo dice que la música es amor. Ponte tus colores y ven corriendo a verlo. Todo el mundo dice que la música es gratis. Quítate la ropa y ponte al sol. Todo el mundo dice que la música es diversión», cantaba David Crosby en su álbum «Si sólo pudiera recordar mi nombre», uno de los discos más cálidos de la historia del pop y con el que continuaba la tradición folk-rock de California. Previamente, en junio de 1967, Crosby actuaba con The Byrds en el encuentro pionero del formato de las grandes convocatorias, The Monterrey International Pop Music Festival, celebrado en Monterrey, California, y donde actuaron por espacio de tres días una treintena de artistas. El festival fue organizado, entre otros, por John Philips, líder de The Mamas & the Papas, con la colaboración de algunos miembros de The Beatles, que no actuaron. Tampoco lo hicieron los Rolling Stones, pero Brian Jones presentó a Jimi Hendrix. Monterrey tuvo también su película y sus discos, contó con artistas como Buffalo Springfield, The Who, Jimi Hendrix, Scott McKenzie -autor del himno más emblemático de San Francisco, «San Francisco (Be sure to wear flowers in your hair)-», Jefferson Airplane, Otis Redding, Ravi Shankar, Grateful Dead, The Mamas & the Papas, Moby Grape, Quicksilver Messenger Service, The Electric Flag, Steve Miller Band, The Animals, Canned Heat, Simon and Garfunkel... y una veintena más de artistas.
Generación Beat
Tanto Monterrey como Woodstock se alimentaron de la filosofía jipi, pero ésta, a su vez, tomó los principios abanderados por la llamada Generación Beat, que engloba a una serie de escritores como Jack Keruac, Allen Ginsberg, Wiiliam S. Burroughs, Neal Cassady, Herbert Huncke, John Clellon Holmes, Philip Lamantia, Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti, Peter Orlovsky... y el escritor y sicólogo Timothy Leary, defensor de los beneficios terapéuticos y espirituales del consumo de drogas como el LSD. Leary fue doctorado en sicología en 1950 por la Universidad de California en Berkeley, San Francisco. Quince años después Berkeley, sus estudiantes y gran parte del profesorado, serían actores fundamentales en el establecimiento y desarrollo de iniciativas directas y activas contra el sistema y la forma de vida estadounidense. La Generación Beat proponía la liberación espiritual y sexual, posturas que asimismo derivarían en catalizadores de los movimientos de liberación de la mujer, los negros y los homosexuales, así como el nacimiento de un entorno antisistema y antibelicista.
En 1958, el periodista Herb Caen inventa el término beatnick (dos meses después de la salida de «On the road», de Jack Kerouack, novela-manifiesto de la Generación Beat), con el fin de parodiar y referirse despectivamente a ésta. Los escritores rechazaron el término por despectivo; no obstante, los medios de comunicación establecidos lo adoptaron inmediatamente, aplicándolo a un estereotipo juvenil distinguible por la forma de vestirse, proclive a la holgazanería, el deseo sexual y la violencia.
Herb tuvo el ingenio de unir la palabra beat con el final de Sputnick, nombre del primer satélite artificial, lanzado en 1957 por la Unión Soviética. Con el juego de palabras, Herb Caen pretendía que la Generación Beat y sus seguidores fueran tildados de comunistas y enemigos de la patria, entre otras cosas.
Con el paso del tiempo, la denominación terminó siendo aplicada de manera indiscriminada, tanto al estereotipo como a los artistas. Por desconocimiento, en unos casos, y por malicia, en otros, el término beatnick (paródico) engulló al beat, pero no acabó con los movimientos contraculturales encarnados por los jipis con su revolución sexual, las luchas antirracistas, contra la guerra de Vietnam...
Movimiento jipi
«No puedo enfrentarme al mundo desde fuera de mi sueño», declaraba en su época bohemia el músico Kevin Ayers, definiendo certeramente el estado catatónico del movimiento jipi, que, sin embargo, no fue tan inocente ni baldío como, en ocasiones, se piensa.
En 1957, Allen Ginsberg y Ferlinghetti afrontaron un juicio por la publicación de «Howl», calificado por el Poder como obsceno. Aquello sirvió para que miles de personas que no se habían enterado de nada, supieran que existía un movimiento que ponía a parir al sistema y a la moral cotidiana. Al final, lo que ocurrió es que desde la librería City Lights de Frisco (San Francisco), se comenzaron a publicar más y más poemas de Kerouack, Corso, Ferlinghetti, Ginsberg..., cada vez con mayor repercusión, cada vez con más y más seguidores, incluida la pujante escena musical de la bahía.
En los parques de San Francisco era habitual encontrarse con poetas o escritores recitando sus poemas o diatribas en favor de los derechos civiles, la defensa de la naturaleza, en contra de la ley de incorporación a filas (miles y miles de jóvenes rompían sus cartillas en actos programados), racismo, la represión gubernativa, las instalaciones militares sitas en la misma bahía de San Francisco... Hubo enfrentamientos diversos con la Policía, detenidos, cárcel... Marty Balin, vocalista de The Jefferson Airplane (líderes del movimiento sicodélico), dibujaba los carteles de los conciertos de su banda, o de parte de las actuaciones que se realizaban en la ciudad, uno a uno; además, organizaba conciertos improvisados. Montó su propio club, The Matrix. Asimismo, los nuevos bohemios, los jipis, contaban con sencillos periódicos propios; las fotocopias aún no habían llegado. Todo era autogestionado y con decisión inequívoca de contribuir al cambio del sistema, a pesar de la aparente fragilidad del lema «Make love, not war» y de las numerosas drogas que circulaban por la bahía. Los jipis se adelantaron al punk en muchos aspectos, por mucho que éstos creyeran ser los más rebeldes de la historia de la música.
Woodstock
«La experiencia sicodélica es un viaje a nuevos realismos de la conciencia. Los alcances y el contenido de las experiencias no tiene límites, pero su rasgo característico es la trascendencia de conceptos verbales, de las dimensiones de espacio y tiempo, y del ego o la identidad. Experiencias de conciencia agrandadas pueden ocurrir de varias formas: privación de los sentidos, ejercicios de yoga, meditación disciplinada, éxtasis religioso o estéticos, o espontáneamente (...) La droga no produce la experiencia trascendente, meramente actúa como una llave química que abre la mente, libera el sistema nervioso de sus patrones ordinarios y estructuras», Timothy Leary. Cierto o erróneo, la cuestión es que bajo el influjo de las drogas lisérgicas se escribieron cientos de canciones imperecederas que marcaron el destino de seis años. (del 64 al 70) trascendentes e inolvidables. Finalmente, el sistema, como ocurrió con el irreverente rock and roll, la contestación punk, el anarquismo jipi... asimila todos lo agentes y, tarde o temprano, termina por convertirlos en souvenirs de época. Con todo, siempre queda la vida de los sueños.