Quince años después de los sucesos de Uruguay
«Quieren ensuciar a nuestros hijos, pero ellos siempre se van a limpiar»
Norma Morroni y Blanca Antepara no se conocían hasta ayer, pero sólo dos horas después caminaban abrazadas por las calles de Urbina. Les separan muchas cosas -un océano, dos sociedades, dos luchas, 20 años de edad-, pero les une la vivencia más fuerte que se pueda sufrir: la muerte violenta de un hijo. Han recorrido el mismo camino, se han aferrado a las mismas razones para seguir adelante y sienten la misma impotencia que genera la injusticia.
R.S. | IRUÑEA
Si el sábado Norma Morroni estará en Bilbo para recordar a su hijo Fernando, Blanca Antepara subió el lunes a Albertia, en el 18 aniversario de la muerte de Iñaki. Los dos siguen omnipresentes en sus vidas Y los paralelismos son tan amplios que las preguntas sobraban. Las dos madres, uruguaya una y vasca otra, parecían estar contando una misma vida.
Blanca ANTEPARA: Yo sigo hablando con Iñaki, y cuando me asomo a la ventana, a veces hasta me parece que lo veo. Ahora vivo sola y le digo mis cosas. Habrá quien diga `esta mujer está loca'. No hay un solo día que no pienses en él. Parece mentira, pero yo no podía ni ver una herida y cuando lo tuvimos que desenterrar, diez años después, me abracé a él. La gente que estaba allí se quedó de piedra. ¿De dónde sale esa fuerza?
Norma MORRONI: Es la vida, que nos endurece. Pero es cierto lo que dices, no se olvida nunca. Si a uno lo olvidan, es ahí cuando está verdaderamente muerto. Eso sí, cuando mataron a Fernando fue tremendo. Nadie en casa podía creerlo. Tuve que ponerme una coraza para hacer los trámites, estaba como un robot. Lo peor es seguir adelante.
B.A: Yo creo que a mí me ayudó que el otro hijo -Josu- estuviera en la cárcel. Sabía que tenía que seguir adelante por él, que no lo podía dejar solo. Casi agradezco que estuviera en la cárcel. Y ahora lo que me gustaría es vivir 200 años para pasar delante de ellos con la cabeza alta y decirles `os tendréis que fastidiar, no habéis podido conmigo'.
N.M: Yo pienso que si me encontrara con quien mató a Fernando, sólo me gustaría mirarlo fijamente. A ver si aguantaba mi mirada dos minutos. Pero cada vez tengo menos esperanzas de que sea haga algo de justicia. Yo pedí los listados, fui al Ministerio del Interior, pero nada, allí no había tanques de agua, allí no se tiraron balas...
B.A: En la casa aquella de Morlans había no sé cuántos guardias civiles, 70 ú 80. Tiraron allí miles de balas, no se puede ni creer. Había una estantería con libros y no quedó ninguno sano, todos tenían un montón de agujeros. Había mucha gente tirando, pero luego no identificaron a nadie, parece que no había nadie, se murieron por casualidad. Y otra cosa... Antes de que mataran a Iñaki, llamaban por teléfono casi todos los días, y cuando descolgaba me decían «Puta» y cosas de ésas. En cambio, después de eso ya no llaman. ¿Por qué no? Ahora sí que estoy esperando su llamada.
N.M: Siempre quieren ensuciar la memoria de nuestros hijos, de nuestros muertos, pero ellos se limpian solos. Así ocurrió con Roberto Facal. Duele mucho, por ejemplo, cuando Mayor Oreja condecoró a Gianola [ministro de Interior uruguayo en 1994]. A los responsables de aquello los ascendieron. Ellos se quedan las medallitas y nosotras, sin nuestros hijos.
B.A: Es peor que eso. Ahora ni siquiera nos dejan decir lo que ha pasado, ni siquiera eso.
N.M: Allá hacemos talleres sobre criminalización de la protesta, sobre inseguridad... Yo cuento lo que me ha pasado a mí y entiendo a las madres. Estuve en un acto el día 14, que es el día de los estudiantes, y siempre les digo a los jóvenes que sigan en la lucha pero que tengan cuidado, porque son como las plantas, quieren cortarlos de raíz para que no molesten.
B.A: A los jóvenes los machacan. A Iñaki lo envenenaron con 17 años, cuando la Policía se lo llevó de casa sin que hubiera hecho nada. Era un inocentón. Luego volvió, pero ya no era el mismo. Veo que los jóvenes de ahora tienen esperanzas, pero yo no. Nací en una guerra, he vivido en una guerra y creo que me voy a morir así.
Ni Antepara ni Morroni saben quiénes los mataron. A la vasca le gustaría «vivir 200 años para pasar ante ellos con la cabeza alta»; a la uruguaya, encontrarse con el autor «para ver si aguantaba mi mirada durante dos minutos».