Un cráter donde antes había un país
El escenario de destrucción que mostraba ayer Bagdad tras los atentados coordinados que golpearon cinco ministerios y el corazón político del régimen impuesto por los ocupantes es la imagen que mejor refleja la catastrófica situación de Irak seis años después de la invasión. Donde antes hubo un país ahora hay una tierra sembrada de cráteres y escombros. Una panorámica de edificios oficiales con las estructuras dañadas, en desequilibrio, muestra la fragilidad de un sistema político diseñado desde el exterior e impuesto por encima de los deseos y de las relaciones de poder internas del pueblo de Irak.
Los problemas políticos de Irak antes de la invasión tenían profundas raíces históricas y políticas y, por lo tanto, difícil solución. Pero no era imposible pensar en medidas políticas que supusiesen una mejora en las condiciones de vida de los iraquíes, golpeados desde dentro por un sistema represivo y desde fuera por un embargo internacional que sólo afecto a la población y no al régimen. La situación de las comunidades chiíes y kurdas requería el reconocimiento de la discriminación histórica que habían padecido bajo el mandato de Saddam Hussein y una solución, incluso una reparación. Las relaciones de Irak con sus países vecinos debían ser repensadas y orientadas a una colaboración para hacer frente a necesidades comunes y para responder a los intereses de los habitantes de la región. Los agentes de ese cambio debían ser, sin lugar a dudas, las fuerzas políticas iraquíes y sus interlocutores en Oriente Medio.
En vez de eso, los iraquíes se encontraron con una ocupación que, si bien en un primer momento pudo suponer una especie de liberación para algunos, pronto se mostró como lo que realmente es: una injerencia basada en intereses económicos y políticos foráneos que nada tienen que ver con sus prioridades. Un proyecto imperial que, ganada la batalla de quitarse de encima al anterior Gobierno y perdida la guerra de lograr la sumisión de su pueblo, intenta salir por la puerta de atrás dejando la devastación como herencia para varias generaciones.