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Crónica | Despedida cívica en Iruñea

Pablo Antoñana recibió un adiós en el que no hubo espacio para la soledad

La soledad era un estado al que Pablo Antoñana hacía referencia  de forma recurrente. Un soledad en la creación, pero no en la vida ni tampoco en el adiós al escritor navarro, como ayer quedó patente. 

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Amaia EREÑAGA
 
El sol caía a plomo sobre la capital navarra. Calor sofocante en un agosto con la ciudad de vacaciones, el termómetro que rozaba los 39 grados, bastantes turistas despistados retratándose en la plaza del Ayuntamiento y, según uno se adentraba en Jarauta, las calles se mostraban más desnudas y vacías, hasta llegar hasta Descalzos y el Patio de los Gigantes. Al fondo, en la entrada del centro cultural, a las 18.00 h., media hora antes de que comenzara la despedida cívica al escritor Pablo Antoñana, fallecido a los 81 años, se agolpaba un numeroso grupo de gente. Amigos, admiradores y lectores –fue un infatigable columnista, también fiel y muy seguida pluma en Gara–, gente de nuestra literatura –escritores y editores–, representantes de todos los partidos políticos y hasta autoridades, como la alcalde Yolanda Barcina y el consejero de Cultura y Turismo del Gobierno navarro, Juan Ramón Corpas, acudieron a la despedida civil a un hombre al que, por contra, no le gustaban los homenajes y que si por algo destacó fue por su rebeldía, que pagó con la falta de reconocimiento oficial durante décadas.
 
Pero Pablo Antoñana era un hombre muy querido y estos días, y también ayer, quedó patente en un encuentro emotivo y repleto de literatura, tristeza e incluso, en algún caso palabras de rebeldía, en el que estuvieron presentes su viuda, Elvira; sus dos hijas, Elvira y Blanca, sus nietos,  y toda su familia. Un retrato de Pablo Antoñana realizado a lápiz  por el pintor navarro Xabier Morrás en 2002 presidía el escenario de una cita que, como explicó el periodista Javier Pagola, no quería ser un espectáculo, sino una reunión organizada por un grupo de amigos. Por cierto es la primera despedida cívica que se efectuará en el Patio de los Gigantes; entorno que se destinará de ahora en adelante a actos cívicos. Una inauguración esta que al escritor vianés posiblemente le divertiría, tanto como, en palabras del también narrador Miguel Sánchez Ostiz, el sarcasmo que supone que se «despida a un escritor en la calle  Descalzos».
 
Al ritmo de txalaparta arrancó un homenaje en que se leyeron fragmentos de la obra de Antoñana, como fue el caso del periodista Xabier Eder y Tomás Muro, autor de una tesis sobre el narrador. “Deseos” fue publicada en 1983 en el desaparecido periódico “Navarro Hoy” y, en esta columna, Antoñana imaginaba cómo serían sus últimos momentos, con la muerte que le llegase  como la «del tímido pájaro que se queda seco en el atardecer», sin ruido, sin llamar la atención. ¿Y cómo se imaginaba en el «después», en el caso de que existiese? Sentado en «un sillón orejero, y a los dos costados, escoltándonos, dos sacos de libros y cuadernos que la prisa de esta vida perra no me dejó leer. Un poquito de eternidad que me provea del tiempo indispensable para pasar sus hojas, ponerlos en orden y caer en la tentación de este inmenso placer juntos. Yo, así, en los aposentos de la eternidad, encajado en el silloncito, sería inmensamente feliz».

Cólera sorda
 
Emocionado en un principio y después poseído por «una cólera sorda» ante algunas cosas que se ha dicho y escrito sobre el autor desaparecido, el poeta y narrador pamplonés Miguel Sánchez Ostiz  recordó que «Pablo podía tener un aspecto adusto, pero tenía un gran sentido del humor. Para mí, Pablo Antoñana tenía un perfil ejemplar, como persona y como escritor. Adusto, si. Cascarrabias, que es un elogio en estos tiempos de abrazos de Judas y de sonrisas que no estropeen el clima de parque de atracciones en el que vivimos y nos hacen vivir. Pero nunca tuvo un mal gesto ante las adversidades y los sinsabores que le acarreaba lo que escribía».
 
Sánchez Ostiz hizo hincapié en la importancia del mundo literario creado por Pablo Antoñana y que «no hay relación ninguna entre la calidad de una obra y su éxito». Recordó que cuando publicó “Noticias de la tercera guerra carlista”, ante la mala recepción «cualquiera en su caso habría tirado la toalla; otros de su generación lo hicieron. La verdadera muerte en vida es desertar y Pablo no desertó. Escribió contra viento y marea, contra el desaliento y las adversidades y lo ha estado haciendo hasta el final».  El precio a pagar por su insumisión ante los poderosos fue la soledad, un término recurrente en él, pero una soledad no física: «Sino una soledad esencial que se notaba desde sus primeros artículos –agregó el escritor–. La suya es una obra de solitarios, de vencidos, de perdedores, de desesperados, de fantasmas, de sueños y barrotes, que existen, aunque les pese a algunos. Además habló de este tierra de desmemoria y rencores viejos».
 
Ante las comparaciones que se han efectado del estilo de Antoñana con el de autores como Faulker, Benet e incluso Baroja –«para colmo de desverguenza»–, el escritor abogó por «no arrebatarle este logro. Tenemos Antoñana para rato. Es una lástima que ningún catedrático de la universidad de Zaragoza, pagado con dinero del Gobierno de Navarra lo hubiese comparado con Borges. No basta con dar premios y fumarse luego un buen puro».  No se sabe si los representes institucionales presentes tomaron nota de la propuesta.

Euskaltegis e historia
 
Intervenciones de discípulos reconocidos del desaparecido autor, amigos como el poeta Pello Lizarralde –quien le cantó una nana en euskara con la que el difunto se emocionó en su día–, y la música coral en euskara que tanto le gustaba, interpretada por la coral San José de la Txantrea, constituyeron otros de los momentos de una despedida en la que no faltó el recuerdo al amor al euskara de Pablo Antoñana. De su paso por el euskaltegi Arturo Campión habló Sagrario Alemán, sin que pudiese evitar en algunos momentos las lágrimas. De sus  intentos de aprender con «nuestra misteriosa lengua», que arrancaban en los años 40, cuando vivía en Zaragoza y estudiaba Derecho, hasta cuando, finalmente, terminó sus últimos años en Iruñea metido en una clase entre jóvenes y luego en la que probablemente sería una clase realmente divertida, con el historiador Jimeno Jurío como uno de sus compañeros y el dibujante Asisko Urmeneta como profesor.
 
Precisamente Roldán Jimeno Aranguren, historiador como su padre, quiso reivindicar la faceta de etnohistoricista del desaparecido Antoñana. Recordó que su obra fue despreciada por la comunidad histórica navarra, que no dio carácter de documento a sus novelas, cuando «era el escritor que más conocía el carlismo».
Hubo también momentos puramente literarios, como el de un Bernardo Atxaga que, consciente de que ante el vacío de la muerte sólo cabe consolar a sus familiares, le dedicó uno de sus propios poemas, titulado “La vida según Adán”. Lo leyó en euskara y castellano. «Cuando supo que había muerto pensé que podía leer el poema en el que Adán explica qué pensaba de la vida y lo que pensaba en el momento de la muerte. Cuando conocí a Pablo lo vi como un hombre de una pieza, de una rectitud que alquien, no me acuerdo quién, definió como adánica».
 
Una de las hijas de Pablo, Blanca, cerró el acto con unas palabras de agradecimiento a todos los presentes, muchos de los cuales tuvieron que seguir el acto de homenaje desde el exterior del Patio de los Gigantes. «A mi padre no le gustaban los homenajes –explicó–, pero sé que hoy estaría totalmente y profundamente agradecido y emocionado por ver a todas las personas que han acudido aquí».
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