Nicola Lococo Filósofo
Presunta presunción
Y es que el término «presunto» ya de por sí tiene tintes peyorativos dada nuestra condición humana de mal pensantes, pues siempre que presuntamos no presuntamos nada bueno
La ambigüedad con que se maneja la presunción en los informativos me quedó el otro día doblemente evidenciada. En boca de un locutor escuché: «un hombre de 69 años mata presuntamente a su mujer en Murcia». Como comprenderán, la mujer, nada tenía que envidiar al gato de Schrödinger, que estaba muerto y vivo a la vez. Y es que este adverbio, a diferencia de sus colegas, varía ostensiblemente el significado de la frase según el lugar donde aparezca. Por ejemplo: si lo colocamos al inicio de la frase «presuntamente un hombre de 69 años...», en este caso nos queda claro que alguien de 69 años ha matado a su mujer en Murcia, lo que está entre paréntesis es que fuera un hombre, podría tratarse de una pareja de lesbianas. Si corremos el término, «un hombre presuntamente de 69 años...», lo que ahora estaría en cuestión es la edad del homicida y habría sido cosa del periodista el calibrar sus años según sus arrugas. Si ponemos el término delante o detrás del verbo sin la correspondiente coma: «un hombre de 69 años presuntamente mata/mata presuntamente...», nos queda la duda de si la mujer sólo ha quedado mal herida y se halla en urgencias en lugar de en el cementerio. Claro que si después del verbo colocamos la coma: «...mata, presuntamente a su esposa...», ahora vacilamos si a quién ha matado es su esposa, su amante, o vaya usted a saber. De colocar el dichoso adverbio antecediendo al lugar de los hechos, «...presuntamente en Murcia», aquí lo que falta por esclarecer es si la mató en Murcia o en Lepe. Y, por supuesto, podría aparecer al final de toda la frase, tiñendo de misterio toda la presunta noticia redactada por un presunto periodista, estilo Iker Jiménez, destinada a un presunto público presuntamente interesado en la misma. Y si bien esta reflexión no soluciona el problema social al que alude, al menos lo disuelve en semántica, que es lo único que presuntamente cabe hacer.
Para más inri, en el mismo informativo también pude escuchar del mismo locutor la siguiente noticia: «un presunto delincuente juvenil fue pillado in fraganti por la policía...», pero la presunción no debería recaer sobre el término delincuente, sino sobre la acción de pillar, pues la noticia queda más decorosa diciendo «un joven presuntamente es pillado in fraganti por la Policía...», porque a cualquier mente sana le chirría tratar como presunto a quien es pillado in fraganti. Ya puestos a presuntar, podría quedar del siguiente modo: «un joven es pillado in fraganti por la presunta Policía», situación ésta que nos suena del todo aberrante, a diferencia de la anterior.
Y es que el término «presunto» ya de por sí tiene tintes peyorativos dada nuestra condición humana de mal pensantes, pues siempre que presuntamos no presuntamos nada bueno. Tanto es así que lo que en principio era adjetivo ahora se ha convertido en sustantivo y a nadie le apetece que le indiquen como presunto o sencillamente lo cataloguen como tal. Imagínense ustedes lo que podría sucederme de dar yo este tratamiento al Jefe del Estado y decir de Don Juan Carlos que es un presunto con todas las de la ley. Con este sencillo ejemplo se advierte toda la crudeza de la ambigüedad que barrunta el concepto por sí mismo, que en vez de salvaguardar el honor de las personas, sólo busca evitar querellas a quienes no cuidan el estilo. Empero, cabe cuestionarse los límites de su uso, todo sea que en breve podamos acompañar este palabro de cualquier improperio e insulto, como presunto sinvergüenza, presunto ladrón, presunto canalla, etc. O dañar sencillamente la imagen de profesionales diciéndoles eso de presuntos abogados, presuntos jueces, presuntos fiscales... Sinceramente, no sé a quién corresponde legislar sobre esta cuestión, si a la Real Academia de la Lengua o a los políticos que presuntamente nos representan.