Juan daniel eskurza, el único que sobrevivió a la galerna de Bermeo
La villa de Bermeo acaba de recordar a los fallecidos en la galerna que sacudió nuestra costa aquel 12 de agosto de hace 97 años. Ha pasado casi un siglo, pero el pueblo todavía se estremece con el recuerdo que acabó con la vida de toda una generación de arrantzales que, como ahora, buscaba su sustento en la mar. Sólo un marino sobrevivió. Su biznieto ha revivido para GARA la epopeya de Juan Daniel Eskurza..
Haizea AMEZAGA
Aquella galerna se convirtió en una de las tempestades más fuertes, junto a las de 1878 y 1961, que se han registrado en nuestra costa en los últimos siglos. En aquella época, las galernas se medían por el número de vidas que se llevaban por delante. La de 1912 se saldó con al menos 142 muertos y un único superviviente en la mar: se llamaba Juan Daniel Eskurza y era el patrón de una de las dos embarcaciones que salieron de Lekeitio a pescar aquel día.
Sin aparatos de predicción y seguimiento de las condiciones meteorológicas, aquellos arrantzales quedaron a merced de la implacable fuerza de la naturaleza. Hoy en día, sin embargo, tanto los pescadores como los remeros del Cantábrico siguen con atención los fenómenos atmosféricos antes de zarpar. «Nosotros no salimos a mar abierto, y menos si va a hacer mal tiempo», explica el patrón del equipo de remo lekeitiarra Isuntza, Iñaki Goikoetxea.
Recuerda que «hace cerca de 100 años había dos tipos de trainera: las de motor -que tenían una cubierta que obstaculizaba la entrada de agua durante el oleaje- y las tradicionales, sin motor, que son las que hoy se utilizan en las competiciones». Aquellas barcas, sobre todo en estas fechas, se utilizaban para pescar bonito y atún. «Medían aproximadamente 12 metros y eran de madera, por lo que pesaban alrededor de 500 kilos. Las que utilizaron aquel 12 de agosto eran a vela y remo, sin motor. A estas naves, el nombre les viene de la red que se usaban para pescar: la traiña».
Tres hombres sobre una tabla
Por lo que cuentan los libros, la galerna del 12 de agosto surgió de repente y, como es normal, al anochecer. Las altas temperaturas del verano favorecen que se formen estos cambios bruscos de dirección del viento. Un viento moderado del sur o sureste con cielo despejado produce un mar tranquilo, pero súbitamente cambia de sentido el viento y llega un frente frío del norte, que aumenta en velocidad formando fuertes ráfagas de hasta 70 km/h. La temperatura puede bajar ocho grados de golpe, pero se cuenta que aquella vez fue el doble. La humedad se incrementa, el cielo se encapota y llueve de forma huracanada. Se forman olas que pueden medir hasta cuatro metros de altura, pero saquella galerna las elevó hasta trece metros. Los arrantzales no tenían manera de achicar el agua, les había pillado la tormenta en alta mar y las posibilidades de volver con vida a puerto eran prácticamente nulas.
La trainera a vela San Nicolás, junto a la San Juan Bautista, había salido del puerto de Lekeitio de madrugada, a eso de las 4.00. Ni los arrantzales ni los demás que navegaban aquel día en esas aguas sabían entonces que dejaban atrás 62 viudas y 205 huérfanos. Ese 12 de agosto habían partido a faenar 143 arrantzales de distintos puertos con el objetivo de regresar con bonito y atún para que sus mujeres lo vendieran y para que todas sus familias comieran. Solo Juan Daniel Eskurza retornaría con vida.
A Joseba Eskurza todavía le dicen a veces: «¡Pero si tú eres biznieto del que sobrevivió a la galerna!». Rememora con orgullo para GARA una historia que seguirá en su familia generación tras generación. «La gente todavía se acuerda de aquello», destaca. Fueron la fortaleza y la determinación por sobrevivir las que hicieron que aquella feroz e indomable galerna no se llevara a su antepasado al fondo del Cantábrico.
En la trainera de Eskurza viajaban otros hombres. Cuando estaban a unas 28 millas al norte de Bilbo «mi birraitona contó que `de repente el viento cambió de rumbo, ¡un golpe de mar!, entró mucha agua en el barco'. Y se hundió, dejando la proa mirando el cielo». Cuando regresó a tierra varios días después, se convirtió en el testigo único de lo sucedido, ante unos vecinos que le miraban atónitos: «Vosotros que siempre habéis vivido en tierra, que ni los terremotos conocéis, no sabéis qué es aquello».
97 años después, Joseba narra casi en primera persona lo que sufrió su antepasado. «Fue una lucha entre el hombre y la mar», resume. Escucharle todavía provoca escalofríos, sobre todo a medida que el relato avanza. «Él era el patrón y les gritaba a los demás tripulantes de ambas embarcaciones que hicieran todo lo posible por aferrarse a los restos de las traineras descuartizadas. Oía como sus compañeros daban voces. No se veía nada. Pero él consiguió agarrarse a un palo».
La mar lo sacudía una y otra vez. Juan Daniel contó que en un momento dado dejó de escuchar el sonido de «las plegarias de `gure Antigua'ko amabirgina, libraigaizugu!'», con las que los náufragos suplicaban ayuda divina. A pesar del estruendoso ruido de la tormenta, durante un tiempo se oyeron estos rezos desesperados. Luego la mar se tragó, uno a uno, a los arrantzales. «En medio de la oscuridad, ¡mi birraitona vio a un compañero! -sigue Joseba-. Le pidió que se acercara a su palo, porque si continuaba agarrado a la quilla un golpe de mar le iba a rom- per los brazos. Se llamaba Víctor Laka. Otra ola les trajo luego a Víctor Basterrika, que a pesar de su coraje tuvo que despedirse de ellos porque otro golpe más lo arrastró hasta el fondo».
Más tarde Fidel Bengoetxea, primo de Juan Daniel, consiguió reunirse con Laka y Eskurza sobre la tabla. «La habían construido a partir de dos palos y una cuerda mientras estaban siendo sacudidos por la violenta tempestad» explica Joseba. Hoy, el biznie- to del superviviente es el encargado de una de las tabernas próxima al puerto de Lekeitio, donde tienen costumbre de reunirse los arrantzales y el equipo local de remo antes de salir a la mar.
«Olas como casas de grandes»
«Nos volvimos a quedar tres, y es cuando volví a oír los rezos de los que luchaban, con la esperanza de que la embarcación se pusiera de nuevo en pie», relató entonces Juan Daniel. «La noche parecía durar 30 años y las olas se venían contra nosotros como si fueran casas grandes». El patrón contó cómo la mar parecía enfurecida por no poderle tragar como al resto. «En uno de estos golpes Laka desapareció para no volver -detalla Joseba-. El agua se lo llevó unos ocho metros y luego se hundió como una piedra». Los tres habían aguantado juntos hasta el mediodía del 13 de agosto.
Dos horas después de ver morir a Laka, los primos comenzaron a perder la esperanza. «También a nosotros nos tiene que llegar la hora», le dijo Fidel a Juan Daniel, que le contestó: «¡No seas tonto! Aguanta, aunque sea hasta la playa de Francia iremos. Hasta que no toquemos la tierra con los pies, no nos levantaremos». Pero poco después, Fidel comenzaba ya a exclamar frases sin sentido: «¡Qué tintura de anchoa o sardina!». Juan Daniel pronto se dio cuenta de que su primo no bromeaba, sino que estaba delirando. Su final fue dramático: un golpe de mar lo arrastró 30 metros, y otro lo devolvió luego al palo. «Se agarró en su agonía, rascaba la madera buscando apoyo, pero un tercer golpe lo tiró al mar para ya no salir», detallaría luego el superviviente.
La noche del 13 al 14 Juan Daniel la pasó totalmente solo. Llevaba ya un día agarrando la vida con la punta de los dedos. Al amanecer divisó la tierra de Lekeitio. Incrédulo, pensó: «Creerán que me he ido al fondo como los otros, y no saben que estoy aquí». A lo lejos veía el puerto del que había partido la madrugada del día anterior. Joseba completa el final de la historia, el milagro: «Hacia las 11.00 de esa mañana, mi birraitona vio tres traineras a vapor, que hacen mucho ruido. Aún había bastante mar, pero con el optimismo que le caracterizaba él hacía todo tipo de señales para que le vieran».
Todavía tendría que esperar. Aún le quedaban otro día y otra noche más a remojo en la mar, que no se daba por vencida en la batalla que había comenzado contra Juan Daniel Eskurza y su tripulación. Una vez en puerto, narró cómo simpatizó con las gaviotas y cómo estas «amigas» fueron las que pidieron socorro por él, exhausto ya.
A la tarde del día 14, dos días después del naufragio, el mar había arrastrado a Juan Daniel hasta la zona de Deba y Getaria. Juan Daniel podía divisar a lo lejos unas traineras a vapor que habían salido a la mar en busca de los náufragos entre Ondarroa y Lekeitio. «Mi bisabuelo contó que rezaba a la Virgen de la Antigua para que esos hombres le vieran en la noche». Pero llegó la mañana siguiente, fiesta de la Virgen, y sintió miedo. «Era la fiesta grande, el día de la cofradía, y normalmente no salen embarcaciones a la pesca», explica Joseba. Sin embargo, el indómito náufrago no tiraba la toalla y soñaba con que el mar lo llevara hasta Lapurdi, y pisar tierra allí.
Ese día soplaban buenos vientos por fin. A unas 10 millas vio un par de arrastres que venían derechos hacia él. «Ahí es cuando Juan Daniel decidió que se le posaran encima los pájaros, para luego gritar `¡Eupa!'. Los pájaros salían entonces volando. Y así es como le vieron». Estaba vivo y a salvo.
Sus salvadores no salían de su asombro. «¿Habéis naufragado anoche?» le preguntaron. «Él les respondió que llevaba desde el día 12 en el agua, ¡fliparon!», afirma Joseba. Aun más asombrosa le parece esta anécdota: «Mi birraitona les dijo algo así como `podéis seguir pescando, ya me llevaréis a puerto cuando volváis'. Pero no, claro, le trajeron a puerto rápidamente».
Una vez en tierra, Juan Daniel no estuvo mucho tiempo quieto. Contaba que «el primero de setiembre volví a Lekeitio, a mi casa, para pescar, porque tenía que salir a la mar para complementar el sueldo que me dio el rey por ser marinero de su gasolino». Efectivamente, Alfonso XIII vino a recibirle, se fotografió con el héroe y le dio trabajo sobre una de sus embarcaciones. Con la República, dos décadas después, el arrantzale perdería el trabajo. Murió a finales de 1939.
Joseba, su biznieto, cuenta cómo esa horrible pero a la vez única aventura no separó a Juan Daniel de la mar, ni asustó a sus hijos, ni a sus nietos. Sin embargo, reconoce que él no es hombre de mar. También recuerda cuándo escuchó la historia de su antepasado por primera vez: «Siempre ha habido recortes de prensa y fotos en casa, pero la primera vez que me lo contaron fue a los 14 años». Con el paso de los años fue siendo consciente de las tragedias de la mar y del valor de las ganas de vivir, que no dejaron que aquella violenta galerna pudiera con Juan Daniel.
Los arraunlaris de Isuntza se reúnen diariamente en la taberna en la que trabaja Joseba. Ellos también conocen aquella proeza que ha llegado hasta hoy mediante la transmisión oral. «¿Qué haría hoy en día frente a esa galerna de 1912?» El patrón de Isuntza lo tiene claro: «No salir a la mar. La trainera lleva 100 años como deporte. Nosotros luchamos contra el tiempo, no contra el mal tiempo», concluye Iñaki Goikoetxea.
116 arrantzales de Bermeo perdieron la vida ahogados cuando salieron a pescar en aquella galerna. Las familias de aquellos arrantzales, los nietos, biznietos y tataranietos, ya esperan con ilusión el centenario para poder ofrendarles como merecen.
Este año, el fin de semana del 8 y 9 de agosto, por toda la villa se expusieron fotografías y recortes de prensa de la época de la catástrofe. También se proyectaron documentales que permitían recrear lo ocurrido hace 97 años. El día del aniversario, 12 de agosto, los bermeanos lideraron una procesión marítima silenciosa encabezada por embarcaciones tradicionales acompañada por el toque de campanas de las iglesias y hubo una ofrenda floral.
El pueblo entero se volcó en el homenaje. Entre otras cosas, se colocaron velas en cada ventana a modo de guía para los arrantzales que un día salieron rumbo a la mar para no retornar jamás.