Dabid LAZKANOITURBURU Periodista
Occidente se traga el sucio algodón tras la prueba a las urnas afganas
Ya es raro en estos tiempos pero la valoraciones de las recientes elecciones presidenciales afganas producen auténtico bochorno.
Los mismos que llevan una década fiscalizando las elecciones en medio mundo y utilizando las denuncias de fraudes e irregularidades como palanca política para intentar acabar con regímenes díscolos -estrategia que comenzó en Serbia en 2000 y que ha tenido como último episodio las recientes elecciones presidenciales iraníes- se han apresurado a validar una farsa electoral que movería a risa si no tuviera como escenario una sangrienta tragedia.
Afganistán ha celebrado la «fiesta de la democracia» sin censo alguno, con una masiva compraventa de permisos de voto y con prácticamente la mitad del país bajo control de la guerrilla.
Por si esto fuera poco, el candidato a la reelección, Hamid Karzai, no ha dudado en dar una nueva vuelta de tuerca a la inhumana situación de las mujeres afganas a cambio de votos de algunas minorías. Castigar sin comer o dar una paliza a la compañera si se niega a mantener relaciones sexuales es ley gracias a los que «liberaron» el país de los talibán.
Los mismos señores de la guerra que asolaron el país tras la retirada soviética han sido el eje de los comicios, bien como candidatos directos o como valedores de las distintas listas.
Y todavía hablan de «exito». ¿Para cuándo el desembarco en Kabul de esa cohorte de «ONG» juveniles que han liderado en la última década tantas revoluciones electorales de terciopelo? ¿O es que tienen miedo?