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Maite SOROA

Los etarras del PNV

Ya sabía yo que las cosas iban a tomar este rumbo. Y es que deslizarse alegremente por la pendiente del disparate tiene estos riesgos. Miren lo que escribía ayer en «Periodista Digital» el inefable Manuel Molares do Val: «Cuidado: no se dice aquí que el Partido Nacionalista Vasco sea filoterrorista, sino que dentro de él hay un notable filoterrorismo cuyo mayor mensajero es José Egibar, heredero moral del radical expresidente del partido, Javier Arzalluz». Primero fueron los de la izquierda abertzale, luego llamaron filoetarras a los de EA y ahora empiezan por algunos del PNV. Verán como progresa el dislate.

El tal Moleres do Val asegura que «Egibar es un bovino que incansablemente lanza airadas cornadas contra quienes combaten a ETA, ha censurado a la policía autónoma y al actual Gobierno vasco por retirar las fotos de terroristas presos y la iconografía etarra de numerosas calles de la Comunidad». Y por apalear al personal sin ton ni son, Manuel. No lo olvides.

De lo que se trata es de dar cobertura a la criminalización de fotos de los presos vascos (paso previo a la criminalización de los cabezudos, como ya estamos viendo) así que Molares cuenta a su parroquia que «Hay que observar algunas zonas de Euskadi para entender a qué valores sirven esos retratos de los asesinos de casi un millar de personas a los que se rinde culto llevándolos como iconos de mártires. Descubriremos a centenares de cofrades portando las fotografías en procesiones callejeras con la solemnidad religiosa de aquellas otras marchas en las que participaban hace años sus padres o abuelos levantando estandartes, escapularios, hornacinas e imágenes de vírgenes y de santos». Otros llevaban los estandartes con el yugo y las flechas o sostenían el palio para que Franco no se mojara si llovía.

Pero va más allá el pajaro y alcanza también al clero: «Quizás entonces dirigía los rezos el jesuita, hoy secularizado, Javier Aralluz, bendecido por unos obispos vascos que honran ahora las peregrinaciones en honor de esos presos con su perversa compasión hacia las familias, no de los asesinados sino sólo de los asesinos». ¿A quién le importa la verdad? A Molares, desde luego, no.

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