La vida ante sus ojos» en nada difiere de esa tipología de películas que pretende maquillar su desconcertante desarrollo argumental mediante un catálogo de imágenes teñidas de rancia poética visual. La colección de postales con las que Perelman pretende ocultar la nada que hay al otro lado de su bosque, en momento alguno logran engañar a un espectador que tropieza con el enésimo folletín dramático que se escuda en el exceso y la trampa a la hora de esbozar un retrato emocional mil y un veces visto. Bifurcada en dos direcciones, esta película alterna pasado y presente a la hora de mostrar los traumas que asolan a una mujer que logró salir ilesa de la matanza que se desencadenó en su instituto y en el que murió su mejor amiga. La iconográfica presencia del instituto Columbine sirve como detonante catárquico a este proyecto desangelado en el que una desorientada Uma Thurman hipoteca su atractivo magnetismo en beneficio de una arquetípica caracterización en la que predomina el sollozo artificial y unos diálogos huérfanos de profundidad. En cambio, Evan Rachel Wood -la actriz encargada de interpretar el rol adolescente del personaje de Thurman- logra salir airosa de su cometido gracias a una caracterización sólida y creíble que tiene como misión dar sentido a los miedos y pesadillas que sufre la protagonista.

Poco más cabe destacar de un producto que flaquea en lo más básico: una historia incompleta que, en manos del autor de «Casa de arena y niebla», se transforma en una crónica cotidiana en la que una mujer pretende reorientarse mientras le acosan sus fantasmas del pasado. Para colmo de males, Perelman se ha decantado por un estilo engañosamente preciosista, teñido de bucólicos amaneceres y miradas acuosas que derivan hacia un giro final que lejos de reforzar la coherencia de lo que se pretende narrar, aceleran el naufragio de un conjunto torpe y carente del empaque dramático que se intuye en sus intenciones comerciales.