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ANÁLISIS Quincena musical donostiarra

A pesar de la crisis, la Quincena más redonda de los últimos años

La Quincena Musical es una aventura para músicos, público o periodistas, que difieren en sus juicios como el día y la noche. Ayer se clausuró una edición que, a lo largo de un mes, ha ofertado los conciertos de calidad, para esta tribuna, más elevada de los últimos años.

Mikel CHAMIZO Crítico y periodista musical

La Quincena Musical terminó ayer y ahora es tiempo de hacer balance de lo que ha dado de sí esta edición número setenta del festival de música más antiguo del Estado. Una edición que tampoco ha podido sustraerse a la crisis económica, que se ha notado en la programación y en detalles de la organización, pero que al parecer no ha afectado excesivamente a la asistencia de público.

Según los datos difundidos ayer por Quincena, las noventa actividades que se han celebrado desde el pasado 4 de agosto han convocado a más de cincuenta mil espectadores. Los conciertos principales, los quince que se han desarrollado en el Kursaal y los siete del Victoria Eugenia, han gozado de un lleno absoluto en ocho y cinco ocasiones, respectivamente, con una ocupación total del 95% y 88% del aforo de ambos teatros. Se trata de estadísticas muy similares a las de ediciones anteriores, solo ligerísimamente inferiores, por lo que no se puede decir que la fidelidad de los donostiarras hacia la Quincena Musical esté en crisis. Sí se puede afirmar, no obstante, que el apoyo de los melómanos ha sido un tanto incondicional, aplaudiendo hasta el final también los conciertos con resultados artísticos más discretos, como la primera actuación de la Orquesta de Lyon o el Bruckner de la Gustav Mahler Jugendorchester. La masa crítica parece haberse reducido, pero el número de espectadores se mantiene, un dato importantísimo a tener en cuenta ahora que se avecina el relevo efectivo en la dirección artística del festival -lo que hemos escuchado este año ha sido todavía obra de Echenique- y la posible remodelación de sus líneas generales por parte de Patrick Alfaya.

También es cierto, con respecto a la masa crítica, que esta edición ha habido bastante poco que criticar, porque el desarrollo de la Quincena ha sido, en su globalidad, el más regular y agradecido de los últimos años.

¿Ópera sí o ópera no? He ahí la cuestión. Una de los puntos más polémicos de la programación de este año ha sido la falta de una ópera representada, una tradición que viene prolongándose en Quincena desde hace un cuarto de siglo. Teniendo en cuenta que la ópera representada es uno de los espectáculos en vivo más caros sobre la faz de la tierra y que se lleva, aproximadamente, una quinta parte del presupuesto total del Festival, es comprensible, y hasta lógico, que haya habido que prescindir de ella en este año de crisis. Lo realmente curioso es, atención, todo lo que nos han dado a cambio de esa ópera representada: dos óperas en versión concierto -en realidad cuatro, si sumamos las de ciclos más pequeños-, hasta seis grandes espectáculos sinfónico-corales, uno de ellos, el «Carmina Burana», representado; una función de ballet con orquesta en directo -algo muy inusual por estos lares- y un buen puñado de conciertos sinfónicos con orquestas de buen nivel. Ya se ha anunciado que el año que viene vuelve la ópera representada a la Quincena, con «Boris Godunov», una obra maestra, sin duda, pero un título no muy indicado para un festival veraniego y para un público que está acostumbrado a que la Quincena le traiga óperas populares como «Carmen», «Rigoletto» o «Un ballo in maschera».

Habrá que ver en qué se resiente el resto de la programación con el regreso de la ópera, pero vista la mejoría general de este año, teniendo en cuenta la cercanía de la ABAO y analizando los discretos resultados artísticos que suelen obtener las propuestas operísticas de Quincena en el plano escénico -el Kursaal es un nefasto coliseo a este respecto-, habría que plantearse la necesidad o conveniencia de seguir representando óperas en la Quincena Musical.

Lo mejor, los oratorios. La de este año ha sido la Quincena sinfónico-coral por excelencia. Algo muy adecuado, teniendo en cuenta el amor que siente esta tierra por los coros y todo lo que les rodea. La primera cita coincidió con la jornada inaugural y fue un «Carmina Burana» que llamó la atención más por la presencia de la Fura dels Baus que por la propia música, que estuvo, no obstante, bastante bien interpretada. Llegó después el primer oratorio de la programación, la imbatible «La Creación», que sirvió también de presentación del nuevo director titular de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, Andrés Orozco-Estrada, quien causó una estupenda primera impresión y creó bastantes ilusiones sobre el futuro próximo de la formación.

A mediados de agosto el Coro y Orquesta Sinfónica de San Petersburgo ofrecieron un concierto inmenso en lo musical -Taneev y Prokofiev- pero absolutamente fallido en lo visual, unas proyecciones de fragmentos de «Iván el Terrible» de Eisenstein. La Quincena ha querido acercarse al cine en esta edición, seguramente a sabiendas de que se trata de un reclamo muy llamativo para un potencial nuevo público. Además de «Iván el Terrible», las imágenes han acompañado también la audición de «Gernika» de Escudero, «Las Golondrinas» de Usandizaga y alguna que otra obra más. Pero la dirección debería plantearse tomar más en serio este punto y hacer de este reclamo visual algo que realmente merezca la pena, porque lo que hemos visto este año ha sido muy decepcionante.

Volviendo a los oratorios, destacar como veladas de máxima calidad, y puntos álgidos del Festival, las interpretaciones de «Israel en Egipto» por parte de los English Baroque Soloist con Gardiner y «Elías» por la Orquesta de los Campos Elíseos más el Collegium Vocale Gent dirigidos por Herreweghe. Serán de lo más recordado de esta edición de la Quincena Musical, junto con otros conciertos, no necesariamente corales pero magníficos, como el de la Orquesta del Festival de Budapest con Ivan Fischer y Leonidas Kavakos.

Las óperas de Escudero y Usandizaga, tan difíciles de escuchar en directo, merecen todo el elogio hacia los programadores, aunque los cortes en «Las Golondrinas» fueran incomprensibles. En un contexto no sinfónico, hay que destacar los cuatro recitales protagonizados por contratenores, la propuesta sencilla pero interesantísima del Ciclo de Música Antigua, y, sin duda, un Ciclo de Música Contemporánea que ha traído a intérpretes de primera línea mundial en su especialidad -además de estrenar cinco obras nuevas-.

Más Haydn y menos vanguardias. Es habitual que los festivales de música clásica vertebren su programación en torno a efemérides de compositores o temáticas concretas. Este año la Quincena ha cometido el tremendo error de ningunear a Haydn, autor enorme pero que, al parecer, nunca termina por verse reconocido en su justo valor. Se ha hecho «La Creación», sí, pero es prácticamente lo único que se ha podido escuchar de Haydn en todo el mes de agosto, incluso en los ciclos más pequeños. Algo parecido ha ocurrido con Mendelssohn y, en menor medida, con Haendel. A cambio, se ha bombardeado a los medios de comunicación con un eje temático, «1900-36, tiempos de vanguardia», centrándose en las zonas de Donostia y Biarritz, pero que no ha llegado a tomar ninguna forma definida. Al margen de algún espectáculo como «Belle Époque», en el que realmente se pudo escuchar y redescubrir música representativa de las modas de la época -música de salón, en su mayoría-, la Quincena se ha dedicado a programar a autores como Ravel, Aita Donostia, Granados y Albéniz sin presentarlos en el marco de una investigación histórica concreta, aunque siempre es un placer escuchar su música. Solo la iniciativa de la Sala Kubo del Kursaal, con su exposición y los conciertos relacionados y prologados por charlas -gran idea-, han podido justificar de una manera seria la susodicha temática.

Y el año que viene... Las líneas maestras de la Quincena Musical del año que viene ya están escritas. Una de ellas, se centrará en Rusia, en sus compositores de finales del siglo XIX y del siglo XX, y en especial en los Ballets Rusos que impulsó el empresario Sergei Diaghilev y que recalaron en la capital guipuzcoana entre 1916 y 1918. La ya citada «Boris Godunov», de Mussorgsky, será otra de las citas estrella de este eje temático.

Entre los grandes intérpretes que acudirán al festival hay que mencionar a la pianista argentina Marta Argerich y a orquestas, solistas y directores rusos «de referencia», según el comunicado de Quincena Musical, que no especifica nombre alguno.

El Ciclo de Música Antigua y la Quincena Andante evocarán, en gran parte de su programación, a Luis XIV y su época, de forma que numerosos eventos musicales girarán en torno a la música de compositores de aquellos años y de creadores vinculados a la corte del rey Luis XIV. Se podrán escuchar, entre otras, obras de Lully, Rebel, Cavalli y Charpentier. El año que viene se celebrará también el Año Jacobeo 2010, y parte del festival se centrará en esa celebración, con conciertos y actos varios que se realizaran en puntos del Camino de Santiago que transcurre por el herrialde de Gipuzkoa.

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