Eneko Herran Lekunberri licenciado en sociología
Cero en tolerancia
El artículo desgrana con precisión los conceptos respeto y tolerancia en el ámbito histórico de la relación entre individuos y colectivos sociales. Y de ese análisis extrae una diferencia fundamental: el respeto se establece entre iguales, mientras que la tolerancia «es un concepto vertical, propio de un estamento que se cree superior y, por tanto, con derecho a marcar las fronteras de lo tolerable e imponer sus criterios a los tolerados». En este ámbito enmarca la involución detectada en el discurso oficial del Estado español, que, tras sustituir el respeto por la tolerancia, aboga ahora por la «tolerancia cero».
Hasta hace no tanto tiempo, si una palabra surgía a la hora de reivindicar unas condiciones de igualdad entre los diferentes, ya lo fueran bien por razón de sexo, raza o religión, bien por cuestión de ideología, posicionamiento social o cualquier otro de los múltiples motivos que entre los humanos hemos alimentado, secular y endémicamente, para diferenciarnos los unos de los otros, ésta era la de «respeto».
Se trataba no tanto de acabar con la diversidad, tan necesaria como obvia en muchos de los casos, sino de terminar con la conculcación de derechos que los unos imponían sobre los otros en virtud de supuestas supremacías, ya fuesen éstas de índole cuantitativo (mayor número) o cualitativo (superioridades étnicas, culturales, morales... o simplemente físicas).
Respeto como contraposición a todas y cada una de las mil formas y variables de imposición que, a lo largo de la Historia, hemos venido continuamente ensayando para el deleite de algunos y escarnio de «los otros». Unos «otros» siempre inferiores o, al menos, no merecedores de iguales oportunidades. Unos «otros» a los cuales se toleraba, en tanto que individuos sujetos a explotación, en la medida exigible por el propio beneficio que de ellos se extraía por parte de las castas dominantes o los privilegiados (tolerantes).
Volviendo al respeto, se trataba, por tanto, de un vocablo que hacía referencia a una aspiración de trascender (superar) al viejo precepto de la tolerancia, concepto que provenía de la asunción de un modelo jerárquico donde unos están sobre (por encima de) los otros, y que hacía referencia a una práctica tan arcaica como los primeros modelos de sociedad de los cuales tenemos conocimientos (que no conocimiento). La tolerancia era la consecuencia lógica de la misma puesta en práctica de la explotación, y no exterminación directa del «otro». Unos seres sacan provecho de otros y, por tanto, los consienten en su propio beneficio. Si osan revelarse o poner en cuestión dicha situación se acabó la tolerancia. Así de simple y así de pragmático, aunque también caben matices.
El respeto se fundamenta en la creencia de que, por encima de las desigualdades que pueden efectivamente darse entre los diversos pueblos e individuos, debe prevalecer una cierta igualdad que los equipare en cuanto a derechos y oportunidades de desarrollo. Se trata de desterrar prejuicios y anular en lo posible toda conducta etnocéntrica por parte de los pueblos y egocéntrica por la de los individuos. Mientras la tolerancia es un concepto vertical, propio de un estamento que se cree superior y, por tanto, con derecho a marcar las fronteras de lo tolerable e imponer sus criterios a los tolerados, el respeto se desarrolla como concepto horizontal, tendente a ejercitar la convivencia entre diferentes sin que, al menos por definición, haya que establecer diferencias de rango (no hay superior e inferior). Es éste un concepto que aspira a ser válido entre las diferentes culturas, pero también entre los adversarios, tanto grupos como individuos con diferentes opciones o intereses, dentro de un mismo cuerpo social.
Lo que ocurre es que el respeto así entendido, es decir, en relación a «los otros», se transmuta en vocablo prostituido tan pronto como se empieza a emparentar el verbo respetar con otros como obedecer. Pasamos así a hablar de «respetar a los padres», «respetar determinados preceptos», «respetar las leyes»... Múltiples expresiones donde la palabra respetar se convierte en un simple sinónimo de subordinarse, acatar, cumplir... Algo perverso, ya que uno puede perfectamente obedecer o acatar una ley que no le merece sin embargo el mínimo respeto. Y ahora parece que, mucho me temo que en parte como consecuencia de estos usos, el propio vocablo y, lo que es peor, la aspiración o reivindicación que a nivel social encerraba el mismo están cayendo en desuso.
Y ¡qué casualidad!, desde hace unos pocos años es la tolerancia la que vuelve a estar de moda. Que las referencias al respeto se sustituyan de pronto por meras alusiones a la tolerancia es cuando menos un hecho sintomático del rumbo a seguir por parte de quienes hacen este tipo de manifestaciones. Del mismo modo, y desde la óptica de quien aspira al respeto, no puede dejar de verse como un fenómeno preocupante. Desde el respeto se pueden erigir puentes para la convivencia.
Desde la tolerancia, como mucho, apuntalar estructuras temporales para la no confrontación. Pasarelas, conviene no olvidarlo, tan duraderas como permita la docilidad de los tolerados, único pilar sobre el que se asientan.
Todo lo anterior resulta aún más preocupante si tenemos en cuenta el nuevo giro de tuerca que se viene produciendo: ahora la moda se llama tolerancia cero. ¡En qué poco tiempo hemos pasado del «por la tolerancia hacia el respeto» al «por la tolerancia, tolerancia cero»! Tras habernos desayunado, comido y cenado, e incluso merendado, con el discurso de los tolerantes y no tolerantes. Tras habernos zambullido una y otra vez en el proceloso mar de la tolerancia, fuente de vida y de cuanta virtud social uno pueda llegar a atesorar... Pues resulta que ahora nos toca volver a «al enemigo ni agua» y, como solíamos añadir antaño, «y en el desierto bacalao».
Como creo que ha quedado claro en líneas precedentes, no siento ningún respeto por la tolerancia (por supuesto, aún menos por la intolerancia). Aún así, si alguna nota tengo claro que merecen las señorías que nos gobiernan (tanto señores como señoras) esta es un cero en tolerancia (en respeto mejor ni los valoramos).
Parece ser que al igual que el demócrata está preparado para promulgar todas las restricciones a los propios fundamentos democráticos una vez de repetirse durante años y un millón de veces al día el consabido «nosotros los demócratas», también los tolerantes tras un ejercicio similar pueden ya digerir el discurso de la tolerancia cero. Eso sí, continuarán proclamándose a sí mismos como tolerantes sin el más mínimo atisbo de vergüenza, ya sea ésta propia o ajena.
Uno ya no puede sorprenderse de nada en estos tiempos que corren, así que la supuesta paradoja que se da en el hecho de que los tolerantes insten a la tolerancia cero puede ser incluso algo perfectamente asumible. Lo sorprendente sería que algún día, en un arrebato de franqueza, podríamos encontrarnos ante expresiones del siguiente calado: «Los otros son malos. Sí, muy malos. No en vano, por eso son `los otros'. Pero nosotros podemos y estamos en disposición de ser peores» (Punto 1º del manifiesto del Colectivo de Tolerantes por la Tolerancia Cero).
Sería una señal de que, al menos, se comenzaba a hablar sin tapujos y sin retorcer y prostituir el lenguaje hasta el paroxismo.