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Un mundo no tan perfecto

«Pájaros muertos»

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M. I. | DONOSTIA

La ópera prima de los primos Guillermo Sempere y Jorge Sempere no fue bien recibida en el Festival de Málaga, donde fue criticada por no acercarse a los referentes que se habían propuesto la pareja de autores, después de declarar en la correspondiente rueda de prensa que su película pretendía ser como «Pequeña Miss Sunshine», «American Beauty» o «Las vírgenes suicidas». Puestos a citar, también podían haber nombrado a «Magnolia», porque la caída de pájaros sobre las calles de la urbanización en la que transcurre la acción recuerda a la lluvia de ranas orquestada por Paul Thomas Anderson. Sin buscar ejemplos tan señalados, sí que los Sempere intentan reproducir en la medida posible las atmósferas cargadas de las urbanizaciones de lujo norteamericanas situadas en las afueras de las ciudades, donde la existencia en apariencia se antoja perfecta. «Pájaros muertos» introduce el elemento de las aves a modo de simbólica invitación al desastre, pues es a raíz de la aparición de los animalitos sin vida cuando empiezan a salir a la luz los males que permanecían ocultos. De repente, el miedo se apodera de los residentes, que parecen contagiarse de un extraño virus que deja al descubierto sus enfermedades sociales. En realidad, todo va mal, y no hay familia o matrimonio que se salve del peligro en la supuesta confortabilidad y seguridad de sus casas de revista. Una de esas parejas es la que forman los argentinos Eduardo Blanco y Claudia Fontán, arruinados por culpa de un negocio de algas.

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