El peso de la verdad
«Gordos»
La segunda realización de Daniel Sánchez Arévalo ha tenido una buena acogida en la Mostra de Venecia dentro de una sección paralela, con la presencia del actor Antonio de la Torre ya en su peso normal.
M. I. | DONOSTIA
Segundo largometraje de Daniel Sánchez Arévalo, que mantiene algunas de las constantes estilísticas apuntadas en su premiada ópera prima «AzulOscuroCasiNegro». Sigue moviéndose a gusto dentro de la comedia coral con un amplio repertorio de personajes, junto con una gran facilidad para pasar de la comedia al drama de forma natural. Si las virtudes son las mismas, otro tanto sucede con los defectos, resumibles en su tendencia a perder el hilo argumental e irse por las ramas por culpa de algunos secundarios irrelevantes. Los apuntes costumbristas son su especialidad, siempre bajo un prisma de rasgos diferenciadores. El definitivo toque personal lo pone el reparto marca de la casa, con interpretes fijos entre los que se encuentran el ahora protagónico Antonio de la Torre, además de Raúl Arévalo o la donostiarra Marta Etura.
Esa predilección por dirigir a actores y actrices de su confianza le ha llevado a contar de nuevo con ellos, aunque su físico no se ajustara en principio a lo que anuncia el título de «Gordos». Varios de ellos han intentado engordar para la película, siendo el que más en serio se ha tomado el cambio de aspecto Antonio de la Torre, que consiguió aumentar su peso en 33 kilos. Una vez conseguida la pertinente curva de la felicidad, ya estaba preparado para formar parte en la ficción de un grupo de obesos sometidos a terapia. No se trata de un método de adelgazamiento ni nada parecido, sino de un programa sicológico destinado a averiguar las razones personales por las que en cada caso se produce la obesidad, para así poder vencer los complejos y los miedos internos.
En el fondo, «Gordos» utiliza los kilos de más para hablar de todo aquello que nos sobra en la sociedad actual, pues el comer y el consumismo en general ayudan a llenar el vacío de nuestras vidas. La grasa añadida es como una capa protectora, un flotador con el que intentamos ponernos a salvo de la realidad mediante un sinfín de mentiras y de excusas que se van acumulando y pegando a la piel.