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Jesus VALENCIA I Educador Social

Venezuela, algunas preguntas y muchas respuestas

Durante muchos años este pueblo, desmoralizado y apático, se perdió cerros arriba y buscó en aquellos alejados cuestarrales un hueco donde sobrevivir. Hoy, pletórico, está construyendo en aquellos mismos rancheríos las bases de la revolución

Contemplar Caracas impresiona y duele. La imponente capital, centro neurálgico de la política, las finanzas, el comercio... está salpicada de cerros acolmenados, casuchas coloristas y hacinadas que se pierden en las cimas de aquellas montañas invadidas. ¿Cómo ha podido engendrar semejante rancherío un país tan rico? Escuchar las reflexiones actuales del pueblo venezolano impresiona y agrada. Gentes organizadas en diferentes estructuras y con distintos niveles de formación comparten parecidas ilusiones: dar cuerpo al proyecto revolucionario con el que están comprometidas. ¿Qué ha sucedido para que un pueblo desencantado por tantos años de políticas corruptas y clientelistas haya reaccionado?

Da la impresión de que son muchos los factores que han influido en esta especie de «resurrección nacional». Parece determinante la irrupción de Hugo Chávez, militar sensible a la realidad de su pueblo; capaz de asumir su responsabilidad cuando fracasó en el golpe de 1992 y emplazó para más adelante a la sorprendida nación; líder que utiliza sus innegables recursos para convocar adhesiones, recuperar viejas luchas subversivas y acumular fuerzas en aras a un cambio cada vez más hondo. Lo que arrancó como maquillado del capitalismo se va decantando como apuesta por el socialismo. Acelerador político está siendo la Nueva Constitución. Provocó una masiva participación ciudadana durante su gestación y se ha constituido en el soporte legal de una nueva República. Orientada a la consolidación del Poder Popular (reconocido como uno de los poderes fundamentales del Estado) y a la participación ciudadana permanente (a la que se le han abierto incontables cauces y posibilidades). Sepulturera de la «democracia representativa» y partera de la «democracia participativa y social».

La Venezuela de la V República se ha marcado como uno de sus objetivos prioritarios cubrir las necesidades básicas de toda la población. Para ello ha puesto en marcha una serie de programas («misiones») que garanticen salud, educación, vivienda, alimentación... a los más desfavorecidos. Empeño por cubrir -al apremio y sin pretextos- las carencias que generan unos aparatos de estado demasiado torpes y pendientes de demolición. Se puede discutir -y se discute mucho- sobre la eficacia de dichos programas. Pero hay un cambio indiscutible: la transformación de un pueblo que ha recuperado la confianza en sí mismo, que se siente capaz de recrear la nación y que tiene ganas de intentarlo.

Durante muchos años este pueblo, desmoralizado y apático, se perdió cerros arriba y buscó en aquellos alejados cuestarrales un hueco donde sobrevivir. Hoy, pletórico, está construyendo en aquellos mismos rancheríos las bases de la revolución; bases que, en gran medida, tienen rostros de mujer. Cuando las circunstancias críticas lo reclaman, desciende en avalanchas rojas por aquellas empinadas laderas, toma las calles y se planta para que nadie desvíe la nación de la ruta emprendida hacia el socialismo.

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