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Los caracoles de la granja de urduña, los primeros con lábel ecológico

Ha tardado en sacar sus cuernos, pero, finalmente, la primera granja de caracoles ecológicos Barraskibide ya tiene su sello acreditativo. A las faldas del Tologorri, sus promotores han logrado, dos años después, afianzar su sueño: dedicarse a la cría de caracoles.

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Joseba VIVANCO

Cinco horas diarias, cada primavera y cada verano desde hace dos años. «Nunca le dedicas todo el tiempo que necesita, pero te absorve, querer controlar todo te lleva a estar encima todos los días, noches...», reconoce Ainhoa Alava desde su granja de caracoles que, ya lo puede afirmar con rotundidad, cuentan con su correspondiente label ecológico, recién otorgado por el Consejo de Agricultura Ecológica de Euskadi. «Al no haber ninguna normativa que regule la producción ecológica de caracol se ha retrasado bastante. Parece mentira que con todo lo que cuesta producir un producto de esta calidad y que no pongan más que trabas por todos los lados», se lamenta.

Pero como la propia Ainhoa reconoce, «no hay beneficio ninguno sin gran esfuerzo y dedicación, y, de momento, estamos orgullosos de lo que hacemos y de los caracoles que tenemos, sanos y preciosos». En la primavera de 2007, la iniciativa de ella y su pareja, Iñaki Cantero, de poner en marcha una granja de caracoles en Lendoño de Arriba (Urduña), en las faldas del monte Tologorri, fue noticia en muchos medios de comunicación. Dos años después, ¿cómo les ha ido?

La actual es la tercera temporada de producción. La primera se centró en repoblar la granja, conseguir un buen número de ejemplares de cara a años venideros. «Cumplimos con las expectativas», responde. «El segundo año fue un desastre», confiesa. Mala planificación, inundaciones, un mal asesoramiento de las asociaciones a las que pertenecían, entre ellas la dependiente del Ministerio español de Agricultura... «Nos llevó a replantearnos todo. Nos separamos de esas asociaciones, empezamos a hacer cosas que en teoría no se podían y ahora sí estamos trabajando a gusto», explica. Tanto que «éste es nuestro mejor año y tenemos muchos animales para años venideros».

Cientos de curiosos interesados

Un optimismo que han cultivado en el transcurso de esta temporada. «Al empezar de nuevo, un poco a nuestro aire, no teníamos una producción fija, pero, sin acabar de recoger aún, andaremos sobre los 2.700 kilos», cuenta Iñaki. El año próximo esperan más, pero sin «sobreexplotarlos, porque por ahí anda mucha gente vendiendo humo y hay que tener cuidado con la sobreexplotación», advierte.

Con paso lento pero firme, como el del caracol que crían, han sacado adelante un negocio, una forma de vida, que ha despertado el interés de muchos curiosos. «Desde que montamos la granja han sido cientos, y no exagero, las personas que han pasado por aquí y siguen pasando, interesadas en montar algo similar», cuenta Ainhoa. «Pero cuando ven lo que hay... desisten».

No resulta sencillo sacar adelante un proyecto tan delicado. Con ellos comenzaron esta andadura otras 25 granjas repartidas por otros lugares del Estado español. «Veintiuna ya han cerrado o están cerrando», revela. En la cercana Amurrio, en Murgia, otros idealistas como ellos se han embarcado en proyectos similares, pero la realidad no deja de ser difícil. «Seguimos muy unidos a la gente de las granjas navarras de Tafalla y Gallur y a la zaragozana de Miedes, pero creo que estas dos últimas, ya veteranas, van a abandonar», lamenta.

Pero Ainhoa e Iñaki quieren echar el resto. Y ese objetivo ha recibido un empujón con este sello ecológico que les acaban de conceder. «Con este certificado, que sólo tenemos nosotros, hay más posibilidades de llegar a sitios más exigentes y, sinceramente, creemos que el producto que hacemos merece la pena», apuestan ambos.

Hasta la fecha, su mercado más directo es el vizcaino, en fechas navideñas, y el alavés, en torno a la festividad de San Prudencio. «Vendemos nuestros productos en vivo y cocidos al natural, listos para comer. También tenemos otro caracol que vendemos con otra marca, alimentados de vegetales y productos de la huerta, sin pienso», explica Ainhoa. El label ecológico «nos tiene que permitir abrirnos a otros herrialdes e, incluso, a los gourmets de los centros comerciales», proyecta.

Rechazaron los consejos de medicar a los caracoles, de alimentarles con pienso transgénico, de producir a nivel industrial... «Desde el minuto uno dijimos que por ahí no pasábamos. ¡Ojo! Hay mucho timador en el mundo de la helicultura. Nosotros tenemos claro que nuestro sueño es dedicarnos a esto y que ojalá que estemos años», confían.

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