ZINEMALDIA
«Si la cosa funciona» Una celebración de la vida
Koldo LANDALUZE
Si la cosa funciona» no sólo simboliza el reencuentro de Woody Allen con su añorada escenografía neoyorquina sino que, además, supone para el espectador el feliz reencuentro con el mejor estilo alleniano. Lo que el autor de «Annie Hall» ha recreado en la gran pantalla es un puro festival, una exaltación alocada y desenfrenada de la vida y el amor sin ataduras. Es una declaración de principios con la que este creador inagotable ha querido dejar bien claro cuál es su ideario del amor y las consecuencias rocambolescas que se derivan de cualquier tipo de relación, por muy extrema que ésta resulte a simple vista y sin moralina de por medio. Para tal fin, ha creado un circo urbanita y emocional gobernado por completo por su alter ego ocasional Larry David.
Desde la primera escena se intuye a un Allen juguetón. Para ello, elige uno de esos rincones infalibles de Manhattan que tan bien conoce y sienta en una mesa a un grupo de amigos. Tres de ellos se convierten en meros testigos de lo que relatará el protagonista. Es entonces cuando la pantalla deja de ser una frontera infranqueable entre el patio de butacas y la película y el espectador se convierte en partícipe directo de la historia protagonizada por un egocéntrico «genio» que dejará su status de misántropo desencantado de la vida y de todo para convertirse en pigmalión de una joven ingenua sureña que llegó a la ciudad de los rascacielos para no se sabe muy bien qué. Divertida y tremendamente vital, esta comedia es todo un derroche de personajes y secuencias magníficamente desarrollados por un reparto solvente. Incluso se echa de menos un poco más de freno en el ímpetu que demuestra Allen en su empeño por exprimir al máximo las muchas posibilidades que dan de sí tanto las situaciones como sus protagonistas. Otro motivo para alegrarnos por este filme imprescindible se debe a varias de las escenas más antológicas de la última trayectoria creativa del genio de Manhattan: el paseo por el museo de los «horrores» de cera y la charla etílico-emocional que nos descubre por qué Dios es gay.