En esta su segunda experiencia como cineasta, Lee Daniels vuelve a demostrarnos que lo suyo es lo explícito. Si en su anterior «Shadowboxer» apostaba por un modelo de thriller extremo y pretencioso en sus intenciones narrativas, en esta ocasión apuesta por el formato dramático de alta graduación emocional y física. Es curioso: todos los males que se le achacaban a «Shadowboxer» ahora merecen una sonora ovación. Quizás, este extraño comportamiento en el aplauso colectivo del patio de butacas se deba a que, en un estilo de drama tan terriblemente extremo como el que plantea Daniels, es factible introducir cualquier tipo de exceso con tal de sacudir al público. Con todo esto no quiero decir que «Precious» sea un filme fallido y tramposo. Su buena factura visual y, sobre todo la fuerza de una historia gobernada por una inmensa, en todos los sentidos, Gabourey Sidibe hacen que este desolador retrato no caiga en el subrayado emocional gratuito.

Basada en la novela «Push» de Sapphire, esta crónica urbana protagonizada por una adolescente afroamericana sacudida por la vida y sus despreciables padres entra de lleno en esa tipología de películas sobre superaciones que personalmente me provocan desconfianza. Una sensación que aumenta cuando se descubre que la todopoderosa reina de los reallitys catódicos, Oprah Winfrey, es su principal valedora y que Mariah Carey utiliza el mismo estilo «sin maquillaje» que tan buenos resultados le reportó a Halle Berry en «Monster´s Ball», casualmente producida por Daniels. Pero «Precious» no es, ni mucho menos, el típico folletín lacrimógeno. Es un filme sucio, siniestro y sin concesiones que puede desconcertar y hacernos dudar por su crescendo dramático. Pero, en cuanto madre e hija acaparan la escenografía del mugriento piso, la película adquiere su verdadero sentido. En estas descarnadas imágenes, atravesadas por palabras tan afiladas como cuchillas, subyace la esencia de una tragedia que Daniels ha captado con mucho acierto.