Como cada año, ayer se celebraba el «Día sin mi coche», una fecha cuidadosamente institucionalizada y saludada por los responsables políticos como una inmejorable oportunidad para darse un chapuzón de gestos y declaraciones sólo tan vistoso como vacío de contenidos reales. Se sucedieron las manifestaciones públicas a favor del desarrollo sostenido y de la reducción de las emisiones contaminantes, pero el espectáculo, como cada año, no pasa del capítulo de las buenas intenciones. Ya van muchos, demasiados «días sin mi coche» que solamente sirven para tunear la imagen de quienes, durante el resto del año, no mueven un dedo para hacer realidad las palabras que tan alegremente pronuncian esa jornada.

Los grandes núcleos de población siguen padeciendo un sistema de transporte público deficiente que convierte en toda una odisea, además de una fuente inagotable de estrés, prescindir del coche para trasladarse, por ejemplo, diariamente al puesto de trabajo. La ausencia de estudios de movilidad globales y eficaces trae consigo un rosario de horarios y frecuencias deficientes, de descoordinación de medios y de retrasos desquiciantes.