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Antonio ÁLVAREZ-SOLÌS | Periodista

Los diez mandamientos

La propuesta de Iñigo Urkullu para lograr «un nuevo acuerdo que permita abordar unidos la lucha para acabar con la violencia» sirve al autor para analizar la tendencia del poder político a vestir sus discursos con ropajes religiosos. Tomando como referencia los mandamientos de la Iglesia católica, el periodista madrileño desgrana los retos a los que se enfrentaría un decálogo de ese tipo, siempre teniendo en cuenta la realidad vasca tal y como es en la tierra, que no en el cielo.

Convertir la política en un acto catequístico es una aspiración soterrada que aflora en los políticos cada vez que se tambalea su argumentación y se aleja del alma popular. Los políticos saben perfectamente que el alma popular no es eclesial, pero es religiosa; es decir, busca el «religare», el compromiso profundo con la moral, que no depende del vaivén del poder sino de la voluntad profunda de establecer la verdad en una sociedad en que el poder prevarica todos los días.

El Sr. Urkullu acaba de hacer bueno, nuevamente, este afán de los dirigentes por aprovechar el lenguaje religioso en beneficio de una postura política de la que ahora hablaremos desde la simplicidad de un ciudadano del común, como es este comentarista que anda con su farolillo buscando un hombre. Esta vez el dirigente retronacionalista ha propuesto la adopción de un decálogo. O sea, ha vuelto a subir al monte para bajar las nuevas tablas de la ley cocidas en la zarza ardiente. Suena bien eso del decálogo, pero olvida que un decálogo religioso se malogra si se le añaden los cinco mandamientos de la Iglesia concebidos para desviar la radicalidad de los mandamientos hacia el consenso con la jerarquía. Este modesto comentarista se ha propuesto una vez más subrayar esos cinco mandamientos de la Iglesia que reducen la fuerza de Dios, como los reglamentos respecto a las leyes, introduciendo deberes como ir a misa los domingos y fiestas de guardar, confesar los pecados al menos una vez al año, comulgar por Pascua de Resurrección, ayunar y no comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia y ayudar a la Iglesia en sus necesidades. Esos cinco mandamiento se le habían olvidado, al parecer, al Dios que envió a su hijo para hablar de libertad, respeto, justicia y otras idealidades que forman la Constitución, pero no la ley nuestra de cada día. Amén, Señor.

Y ahora vamos a poner las manos en la masa, que es donde hay que ponerlas cada día para devolver al pueblo su verdadera voluntad religiosa, ética, moral o como quieran definirla los filósofos, que también han invadido la teología para hacer de ella una ordenada tienda de ultramarinos y coloniales.

Dice el Sr. Urkullu, al que respeto pues me dirijo a él y no a ningún sicofante socialista -sicofante, que viene del que exporta higos ilegalmente-, que hay que «articular un nuevo acuerdo que nos permita abordar unidos la lucha para acabar con la violencia, sin menoscabo de las aspiraciones políticas de cada cual». Ya empezamos con los mandamientos de la Iglesia, éste el cuarto, que ordena ayunar y no comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia.

Dígame el Sr. Urkullu qué entiende por «articular un nuevo acuerdo para abordar unidos la lucha para acabar con la violencia». ¿Un nuevo acuerdo? ¿Otro? Y añade «para abordar unidos...». Unidos ¿a quién y con qué y para qué? La unidad es lo mismo que fabricar pasteles de liebre y de caballo a parte iguales para abaratar el producto: una liebre y un caballo. Pero ¿y qué decir de abordar esa lucha para acabar con la violencia? ¿toda la violencia o sólo una única violencia? Dice el sexto mandamiento de la ley de Dios: «No cometerás actos impuros», que no se refiere evidentemente a la masturbación como predicaba San Antonio María Claret a los fieles, salvo que fuera la reina Isabel II la que se masturbase, porque ese pecado no afecta a los reyes, como distinguía con modestia episcopal el santo arzobispo de Manila. Y acabemos con la frase de unirse todos para acabar con la violencia «sin menoscabo de las aspiraciones políticas de cada cual».. Ahí sí que hay que hacer distingos. ¿Podemos afirmar lo que afirma el Sr. Urkullu sin perder de vista lo que sucede cuando «las aspiraciones políticas de cada cual» son cernidas por policías, jueces y gobiernos como los de Madrid? No; no podemos afirmarlo porque la ley de Dios sostiene, en su apartado 8º, que «No dirás falsos testimonios ni mentiras».

¿Por qué se han de decir estas vacuidades? ¿Por qué decir que es vital el punto referido a «la paz, la deslegitimación de ETA, el apoyo a las víctimas del terrorismo y el compromiso con los derechos humanos de todas las personas»? Veamos: «Paz y deslegitimación de ETA». Otra vez la confusión para que no podamos separar en el discurso dos fenómenos que tiene su propio ámbito de reflexión. La deslegitimación de ETA es un problema concreto a resolver como cuestión de conciencia, mientras la paz es un concepto intelectual que tiene infinitas vertientes socio-morales. Concepto, pues, muy delicado. No mezclemos. No mezclemos, porque uno ha olvidado, para mantener incólume su salud mental, el mandato de la Iglesia de comulgar por Pascua de Resurrección a fuerza de confundir lo de observar la Pascua con hacer la pascua. Uno ha de comulgar con Cristo cada día, cada hora, cada minuto para mantenerse en la libertad, la ayuda al prójimo y la salvación de este mundo. Si aquí hay algo que hacer todavía, como resulta obvio.

Yo le respeto mucho; no sé si esto será bilateral, pero por mi parte cumplo con la ley inmemorial de los hombres, tan degradada en su ejercicio. Y desde ese respeto me siento incómodo cuando en su séptimo mandamiento dice usted que hay que proceder a una «gestión plural y profesional de EiTB». «Morituri te salutan». EiTB está reduciendo cabezas como en una gran fiesta jíbara. ¿O no es así? Ya antes había pasado por esa tentación y hubo caídos silenciosos. Pero ahora la pantalla televisiva barre con absoluto descaro. Ya sé que dirán que hablo de mi cabeza puesta a los pies del ejecutor, pero voy más allá. Lo juro por mi padre, cuya cabeza anduvo también danzando en la bandeja de Salomé. Barre EiTB en televisión, sobre todo, con una altísima energía, hasta el punto de que el panorama televisivo empieza a funcionar también como el que se apacienta desde Madrid. ¡Pobre Euskadi! Antes los socio-populares tenían en sus manos los periódicos vascos de mayor tirada, las emisoras de altísima audiencia y, además, los medios públicos mantenidos por el Gobierno nacionalista, en cuyos platós y estudios eran muy cuidados socialistas y populares. Se daba un contraste de pareceres en que el abertzalismo disfrutaba de un discreto rincón frente a un Madrid con la mentalidad de Enrique VIII. Eso se ha acabado, Sr. Urkullu, y yo me pregunto si tal cosa se pudiera corregir con las frías palabras: «Gestión plural y profesional de EiTB», de la que dice usted que ahora es un medio «sin mapa». ¡Y un cuerno, Sr. Urkullu! La televisión vasca, y veremos si más cosas, funciona con un verdadero mapa de estado mayor en sus operaciones bélicas. ¡Euskadi ya es Madrid! Es decir, está normalizado. Las voces han cesado en su variedad y sólo se oyen los clamores de quienes lo tienen ya todo y hablan de recuperación de libertad de pareceres. Hablo, ya ve usted, con la simplicidad de alguien que por ser cristiano está obligado a no mentir. Apartado 5º de la Ley de Dios. Lo que me pregunto es si será hora de preguntarnos, como gritaba el pastor desde un otero a su colega del otero vecino: «¡Dime de qué pan hago hoy las sopas!». Y recibía presto la contestación: «¡Hazlo del tuyo, porque con este viento no se oye nada!».

En fin, Sr. Urkullu, que me digo que no he de codiciar los bienes ajenos, mandamiento que cierra la tabla en el décimo lugar, dictado discretamente introducido por Dios para que los sumos sacerdotes no se irritaran con las tablas de la ley, hoy cargadas de carcoma por todos los políticos que dan vueltas al cubo de Rubik para demostrar su habilidad sin afectar al medio ambiente.

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