Adiós a la imbatibilidad de San Mamés. Se la cargó, con toda justicia, un Sevilla muy superior. No hubo opción a réplica ante un rival que controló el partido de principio a fin y que incluso se permitió el lujo de irse al descanso con la contienda sentenciada.

El equipo de Manolo Jiménez -el tercero de la Liga que más dinero ha gastado este verano- quiere confirmarse como alternativa al todopoderoso binomio Barcelona-Real Madrid y el Athletic, aunque viene de demostrar que puede ofrecer tardes de muy buen fútbol, no se mueve en esa dimensión. Tras el tropiezo de Tenerife, ayer le tocó regresar definitivamente a tierra. Y como sucediera el miércoles, tampoco esta vez pudo apelarse al calendario, con siete hombres de refresco en el once titular. El Sevilla fue mejor -mucho mejor- y punto.

Ni siquiera existió la posibilidad de hacerse ilusiones porque a los cinco minutos el Sevilla ya se ponía por delante en el marcador. Mérito compartido por Diego Capel, que forzó la falta, Renato que la lanzó, e Iraizoz y su barrera que se tragaron un disparo raso.

El ambiente, con San Mamés rememorando tardes mejores, invitaba a la reacción, pero el rival no. Al Sevilla le sobra calidad, pero trabaja como si no la tuviera, así que si ya es complicado tutearle en igualdad de condiciones, hacerlo con el marcador en contra resulta poco menos que imposible. Como el Athletic tampoco parecía tener su mejor día, Palop apenas necesitó intervenir en un par de ocasiones -dos remates consecutivos de Toquero y Llorente- antes de que Diego Capel y Negredo sentenciasen la tarde. Entre los dos sonrojaron a la zaga para que el madrileño batiese a Iraizoz de disparo cruzado.

Cambió el marcador, pero no el partido, con los rojiblancos estrellándose una y otra vez en el muro hispalense. Ni siquiera a balón parado fue el Athletic capaz de preocupar a un rival al que no le faltaba de nada: ventaja holgada, un anfitrión impotente y esa capacidad innata para enredar los partidos en los que no quiere que pase nada. Nada desfavorable, claro, porque, sin llegar a desmelenarse -ni falta que le hacía-, se asomó al área local cada vez que pudo. Al filo del descanso llegaba así el tercero, con una falta de Negredo que aprovechó Kanouté después de que Iraizoz no pudiera atrapar el balón.

Pese a que ni Tom Cruise con toda su banda de especialistas hubiera podido sacar adelante aquella misión, Joaquín Caparrós lo intentó con la entrada de Yeste y Munian en el campo. No importó. Menos aún cuando, a los diez minutos de la reanudación, Amorebieta veía la segunda amarilla por una falta sobre Sergio Sánchez.

Si no lo había hecho ya, ahí acabó definitivamente el encuentro, que ya sólo ofreció dos posibilidades: al Sevilla la de colocar la puntilla, que Jesús Navas no desaprovechó, y a la afición rojiblanca la de demostrar que el «beti zurekin», pese a unas cuantas deserciones, no es un hit exclusivo de las grandes tardes.