Raúl Zibechi Periodista Uruguayo
Se acelera la retirada imperial
El reputado periodista uruguayo repasa en este artículo el declive de la hegemonía estadounidense en el continente americano. Tomando como punto de partida hechos recientes como la negativa del Gobierno paraguayo a autorizar maniobras militares extranjeras o el regreso de Manuel Zelaya a Honduras, Zibechi analiza el nuevo papel que a nivel regional adquiere Brasil de la mano de Lula, papel que contrasta con la débil postura de EEUU. Un movimiento que no está exento de riesgos, dado que los mandatarios cariocas no parecen dispuestos a romper con Washington.
En pocos días se sucedieron dos hechos que revelan, en pequeños países latinoamericanos antes subordinados a Washington, que la ex superpotencia ya no controla siquiera aquellos que fueron sus sólidos aliados durante décadas. Los recientes acontecimientos de Paraguay y Honduras revelan que la retirada imperial de su patio trasero se acelera durante la presente crisis sistémica.
El Gobierno de Fernando Lugo decidió suspender el programa Nuevos Horizontes del Comando Sur, que preveía desplegar 400 soldados estadounidenses en acciones «humanitarias». La presencia militar extranjera en Paraguay fue siempre rechazada por los movimientos campesinos y sociales, pero también por la diplomacia brasileña que nunca vio con buenos ojos la realización de maniobras en zonas calientes como la fronteriza represa de Itaipú, responsable de 20 por ciento de la energía que consume la octava potencia industrial del planeta.
La decisión de Lugo fue explicada en virtud del «nuevo escenario internacional en términos de defensa, seguridad y soberanía», y el propio presidente aseguró la impronta que tuvieron los debates en el seno de Unasur en su decisión, donde dijo que «fue muy cuestionada la presencia de soldados `americanos' en la región».
La respuesta de la embajadora de Washington en Asunción, Liliana Ayalde, quien calificó de «lamentable» la decisión, refleja la impotencia imperial en el que fuera uno de sus más serviles aliados durante ocho décadas. Se limitó a desmentir que la presencia de tropas estadounidenses en Paraguay tenga relación con trabajos de inteligencia vinculados con el Acuífero Guaraní, una de las mayores reservas de agua dulce del planeta. Tampoco tuvieron resonancia sus menciones a las obras sociales que construyen los soldados del Comando Sur ni a sus «operativos» sanitarios.
La Campaña por la Desmilitarización de las Américas (CADA) y Serpaj-Paraguay denunciaron los «operativos» Medrete (Ejercicio de Entrenamiento de Aptitud Médica, por sus siglas en inglés) como una forma de injerencia en el país. Grupos de medio centenar de soldados del Comando Sur se adentraban hasta remotas aldeas, en particular en las zonas conflictivas en la lucha por la tierra, donde además de repartir medicinas y anteojos interrogaban a la población y entrenaban a las guardias rurales vinculadas con los terratenientes. La presencia militar estadounidense en Paraguay fue interpretada como parte de un vasto plan de control de una zona estratégica que llevó a Washington, en la década de 1980, a construir, a sólo 200 kilómetros de Bolivia, la base de Mariscal Estigarribia, donde pueden operar aviones B-52, C-130 Hércules y C-5 Galaxy. Con la decisión de Lugo se terminaron las maniobras con soldados que gozaban de impunidad diplomática, y el acceso de Washington a la región da un paso atrás.
El sorpresivo retorno de Manuel Zelaya a Tegucigalpa y su ingreso a la embajada de Brasil colocan al país de Lula en el lugar más destacado en la crisis provocada por los golpistas. Se trata de un éxito notable de la diplomacia brasileña que deja mal parado al gobierno de Barack Obama, que naufraga entre la impotencia y la tolerancia hacia los golpistas.
Lula llevó el tema a la Asamblea de las Naciones Unidas y se permitió convocar al Consejo de Seguridad para que tome cartas en el asunto. La acción conjunta Zelaya-Itamaraty (con apoyo venezolano) movió el escenario político regional y el hondureño, colocó por primera vez a la defensiva a los golpistas, que comienzan a cometer errores fruto de la desesperación, y forzó a la comunidad internacional a activarse luego de semanas de peligroso letargo.
En el plano interno, el pueblo hondureño, principal actor en la resolución de esta crisis, parece haber tomado buena nota de las dificultades por las que atraviesan los golpistas y ha incrementado sus movilizaciones, forzando a los usurpadores a mostrar su faceta más gorila y represiva. En el plano internacional, el cerco pasivo de semanas anteriores está dando paso a condenas e iniciativas más contundentes.
El destacado papel de Brasil, colocado ahora en el centro del escenario internacional, contrasta con el pobre papel jugado por la Administración Obama que se limitó a dar simples declaraciones y medidas simbólicas como la negativa a conceder visas a los golpistas. Obama parece doblemente amarrado: por la situación interna de su país, donde las derechas más recalcitrantes obstruyen su gobierno y amenazan bloquear reformas básicas como la de la salud, y por su creciente deterioro como potencia global. A Estados Unidos lo desconocen tanto las derechas golpistas como los gobiernos democráticos, porque su legitimidad para diseñar el orden global está en cuestión.
La imagen de Zelaya saludando a su pueblo desde el balcón de la embajada de Brasil es tan imborrable como los unánimes aplausos que cosechó Lula en la Asamblea General de la ONU. Detrás de la demanda de reposición inmediata del presidente hondureño se alinearon la Unión Europea, los gobiernos más tibios de la región y hasta la Casa Blanca. Independientemente de cómo se resuelva la crisis hondureña, Lula y el canciller Celso Amorim saldrán fortalecidos y con ellos el papel de potencia de Brasil.
Es evidente que los huecos que va dejando el declinante papel de Estados Unidos en la región los comienza a ocupar la estrella ascendente de Brasil. Los acuerdos políticos y militares alcanzados con Francia le permiten ahora contar con un sólido aliado para alcanzar el deseado asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU. Ese nuevo papel tiene también sus costos. Brasil seguirá siendo un aliado de Washington, con el que no tiene la menor intención de romper, para afianzar su autonomía y tener las manos más libres en la región sudamericana sin sufrir la obstrucción frontal de Estados Unidos. Para muchos de sus vecinos, el cambio será apenas perceptible, toda vez que la potencia ascendente se comporta como un «subimperialismo», como señaló Rui Mauro Marini hace ya tres décadas.
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