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Hipatia de Alejandría, símbolo de la cultura universal

Jones, un nostálgico de la ciencia-ficción setentera

Alejandro Amenábar presenta la realización más ambiciosa y cara de su carrera, para la que ha contado con el protagonismo estelar de la oscarizada actriz Rachel Weisz y con un presupuesto total de unos cincuenta millones de euros, cuya mitad se la han llevado los decorados construidos en Malta para recrear la antigua capital cultural de Alejandría.

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Mikel INSAUSTI |

Se dice que todas las películas de Alejandro Amenábar levantan una gran expectación, pero no puede ser de otra forma con las enormes campañas publicitarias que tiene detrás, siendo la orquestada en torno a «Ágora» la mayor hasta la fecha. El exceso de información previo al estreno a veces consigue el efecto contrario al deseado, hasta provocar el hartazgo en unos espectadores potenciales que acaban retrayéndose.

Es lo que sucedió no hace mucho con Almodóvar y «Los abrazos rotos», aunque en Tele 5 confían en que no ocurra lo mismo, porque «Ágora» pertenece a un género más popular como el «peplum», más dado al puro espectáculo cinematográfico. Pero que nadie se piense que la película va sobrada de presupuesto, a pesar de los cincuenta millones de euros invertidos. La idea inicial del cineasta pasaba por una cantidad más cercana a los ochenta millones, imposibles de alcanzar con la actual crisis en perspectiva. Tuvo que hacer los ajustes y recortes necesarios porque sabía que el tiempo se le echaba encima, y si no echaba a andar con un mínimo razonable corría el riesgo de quedarse sin nada.

Si Amenábar ha hecho renuncias obligadas en lo económico, también en lo artístico se ha visto forzado a meter la tijera con mucho dolor por su parte. El pase en el Festival de Cannes sirvió de test, y allí quedó claro que las dos horas y once minutos del primer montaje se hacían eternas, así que para la definitiva versión comercial ha tenido que eliminar en la sala de montaje un cuarto de hora.

Digamos que ha sido una dura decisión de tomar, y que se debe a un cálculo orientado hacia la taquilla, porque la crítica va a seguir poniendo a la película idénticas pegas. En general «Ágora», como hija de su padre que es, produce una sensación de frialdad, característica común al cine de Amenábar. Todo en ella está muy pensado y desarrollado con un distanciamiento técnico, lo cual se hace notar más que en otras de sus obras anteriores por tratarse de un «peplum», género que requiere apasionamiento. No quieren decir los que así opinan que no haya espectacularidad, sino que el discurso puede sobre la acción. En ese punto también surgen peros, derivados de la ambición del cineasta, quien quiere abarcar demasiados temas universales sin llegar a centrarse en ninguno de ellos. Y, finalmente, el cosmopolita reparto resulta irregular, por culpa de la mezcla de estilos interpretativos y de acentos.

Amenábar no ha querido complicarse en cuanto al estudio lingüístico se refiere, optando por una solución convencional siguiendo los modelos de Hollywood, esos mismos contra los que se ha revelado Quentin Tarantino con «Malditos bastardos», donde cada intérprete ha sido escogido en razón de su procedencia idiomática para no traicionar la historia. Claro que la II Guerra Mundial está mucho más cercana en el tiempo que la Alejandría bajo dominación romana, aunque lo curioso es que Amenábar se ha basado en el esquema idiomático de otra cinta bélica, concretamente en «La lista de Schindler» de Steven Spielberg, que hizo hablar a los judíos polacos en inglés para que el espectador se identificara con ellos, mientras que los alemanes se expresaban en alemán. Trasladando el esquema a la antigüedad, los protagonistas de «Ágora», que son la gente culta ligada a la Biblioteca de Alejandría, hablan en inglés, quedando el árabe para la ambientación de la calle, lo que sería el populacho.

Poderío visual

En la parte positiva lo más alabado de la película ha sido su poderío visual, gracias al empleo de planos cenitales que ilustran el interés por la astronomía del autor. Esos planos elevados sobre el suelo utilizan diferentes dimensiones, hasta llegar a la tierra vista desde el cielo en una toma-satélite.

El efecto es impresionante y recuerda a los mapas «google», a medida que la perspectiva se amplía más y más. Si en lo lingüístico el rigor histórico no ha sido posible, en la reconstrucción cartográfica se ha investigado mucho, para que las distintas escalas reproducidas se correspondan con la realidad del Delta del Nilo y de la costa de Egipto tal como era entonces. Con el mapa astral sucede otro tanto, ya que se ha consultado a la NASA para saber cual era la posición de las estrellas en el siglo IV. Los planos cenitales tienen además una función narrativa importante, sobre todo para mostrar los movimientos de masas y la violencia con cierto alejamiento, y así la acción se contempla desde arriba, como si la cámara la manejara un entomólogo que observa a los insectos pelearse. Es una óptica que va con el sentido cósmico de la película, lo que de paso le permite a Amenábar rodearse de un áurea de divinidad.

Sobre las referencias genéricas, eso ya va un poco al gusto del consumidor, si bien creo que la que se impone desde la concepción autoril de Amenábar es «Espartaco», comenzada por Anthony Mann y terminada por Stanley Kubrick. Es el ejemplo a seguir en cuanto conciliación de gran espectáculo y discurso ideológico. Luego, el propio cineasta, menciona la producción polaca «Faraón», de Jerzy Kawalerowicz, seguramente para buscar un precedente europeo; aunque por lo visto en los trailers «Ágora» no llega a su naturalismo histórico, menos aún menos respecto a la banda sonora, teniendo en cuenta que esta vez Amenábar ha cedido la batuta musical al profesional Dario Marianelli a fin de logran un soporte épico. Tampoco son demasiado exactas las alusiones a «Ben-Hur», toda vez que el recurso de los decorados era completamente diferente en la era analógica. La digitalización de escenarios partiendo de los decorados construidos en Malta recuerda mucho más a la reciente «Troya», que fue rodada precisamente allí, al igual que el «Gladiator» de Ridley Scott.

El protagonismo femenino de «Ágora» no es nada casual, y se ajusta a la idea de que la creación universal gira en torno a la mujer. Sin embargo, Hipatia renuncia a la maternidad y a las relaciones con los hombres para consagrarse a la ciencia. A pesar de que es la primera mujer científico de la que se tienen datos, su figura permite trazar la aportación femenina a la cultura de la humanidad frente al poder destructivo del macho.

Ella se adelantó a su tiempo con sus investigaciones astronómicas y trató de salvaguardar el conocimiento acumulado en la Biblioteca de Alejandría, que fue destruida por culpa del fanatismo religioso. La luminosa civilización grecorromana sucumbió frente al fundamentalismo cristiano, con lo que la barbarie dio paso a la oscura Edad Media. Amenábar no pierde la oportunidad de establecer paralelismo con el presente, e incluso se atreve a comparar Alejandría con el Nueva York atacado por el islamismo extremista. Es por ello que invoca a la serie «Cosmos», en la que su creador Carl Sagan afirmaba que de no haberse destruido la Biblioteca de Alejandría ya tendríamos bases habitadas en Marte.

Rachel Weisz sólo trabaja con los mejores

Pronto la veremos en la nueva creación de Peter Jackson «The Lovely Bones», porque siempre trabaja con los mejores directores desde que se diera a conocer a las ordenes de Bertolucci en «Belleza robada». Su única concesión al cine comercial ha sido hace diez años con «La momia», y ya no participó en la continuación porque estaba embarazada. Ese hijo lo tuvo con el director Darren Aronofsky, para el que protagonizó la arriesgada y fallida «La fuente de la vida». Justo un año antes ganaba el Óscar de Mejor Actriz Secundaria por «El jardinero fiel», de Fernando Meirelles. M. I.

PLANOS CENITALES

El uso de planos cenitales consigue un efecto similar a los mapas de «google». Además, la recreación cartográfica y del mapa astral ha sido minuciosa, gracias a una investigación y a consultas a la NASA.

HIPATIA

La protagonista es la primera mujer científica que se conoce. El objetivo de que el protagonismo recaiga en ella es recordar la aportación femenina a la cultura de la humanidad frente al poder destructivo masculino.

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