Iratxe FRESNEDA I Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
Jones, un nostálgico de la ciencia-ficción setentera
La luna esta más cerca, y más, y más lejos de lo que parece. Viaja a nuestro lado y puede que por ello su enigmática presencia provoca el interés de artistas y escritores. El último al que ha servido de inspiración se llama Duncan Jones, tiene 38 años y es hijo de David Bowie. El realizador inglés acaba de presentar en el festival de Sitges «Moon», una cinta protagonizada por Sam Rockwell que a todas luces parece ser un trabajo digno. Sus razones ha tenido el hijo del singular cantante para esperar tanto tiempo antes de debutar como director de cine (tiene 38 años), entre otras, no dejar que la fama de su progenitor acelere su propia carrera como cineasta. Un cineasta al que sus palabras le definen como amante de la ciencia-ficción de los 70 y 80, años en los que tras «2001, Odisea en el espacio»(1968) de Stanley Kubrick la ciencia-ficción despunta de un modo arrollador (aunque ya se iba recogiendo lo sembrado tras las obras de Terence Fisher, Roger Corman, Godard, Truffaut o Resnais, entre muchos otros). Pero sobre todo comienza a despertar el interés por la carrera espacial, por todo aquello que ha estallado tras mayo del 68 y la guerra de Vietnam. El cine (Hollywood incluido) absorbe todo lo que se respira en las calles y plasma en la pantalla una visión crítica de los acontecimientos sociales y políticos. «La fuga de Logan», «Matadero cinco», «La guerra de las galaxias» (por increíble que parezca, la cinta que inauguró el negocio del merchandising a lo bestia también incluía algo más que efectos especiales). Algunos, desde los márgenes, también se interesan por la conquista del espacio, en este caso del interior, la subjetividad, como sucede en «Solaris» de Andréi Tarkovski. De ahí dice beber Duncan Jones, de ese nutrido grupo de cineastas que indagaban en el mundo que les rodeaba para después dotar de contenido a sus películas y reflejar en ellas lo que estaba sucediendo o lo que podría suceder en un futuro no muy lejano. Quizás algo lejos quede este cine, un cine que al desempolvarlo nos hace descubrir algo de verdad en la ciencia-ficción, algo «humano», alejado de las carencias que se hacen generales en la ciencia-ficción de nuestro tiempo. Hay algo de verdad en el cartón piedra, en los discursos filosóficos apocalípticos de aquellos tiempos. Pero sobre todo había buenas historias y bien contadas, dotadas de equilibrio entre la forma y el fondo. En nuestros días la forma resulta vencedora y el envoltorio, a veces carente de contenido, es el que vende entradas.