Gloria LATASA I gloriameteo@hotmail.com

Senderos de agua

Cuentan que los habitantes del Valle del M’Zab, en pleno desierto del Sahara argelino, llegaron hasta este lugar en el siglo XI, “invitados” por sus vecinos del norte que estaban cansados de su religiosa tenacidad. Y cuentan que allí, donde la arena es el vestido habitual de la tierra, supieron extraer de sus entrañas el agua suficiente para dar forma a un oasis y construir en él la pentápolis de Ghardaïa.

Porque cinco son estas hermosas ciudades dispuestas en círculos concéntricos, con eje central en la mezquita y rodeadas de murallas. Una curiosa forma de construir, a escala humana, concibiendo la ciudad para la vida en común y respetando, a la vez, las estructuras familiares. Y fue aquí donde el famoso arquitecto Le Corbusier se inspiró para sentar las bases de su teoría de la arquitectura funcional (la casa como el estuche de la vida, como la máquina de la felicidad).

Cada una de estas cinco poblaciones cuenta, además, con un asentamiento exterior. Un lugar para migraciones estacionales, auténtica ciudad de verano, que cumple con dos funciones importantes: una urbana (atenúa el calor del estío) y otra agrícola (se comporta como la fuente nutricional de base). Y es aquí donde se encuentran los enormes palmerales que acostumbran a regar con las aguas de inundación.

Con unas precipitaciones anuales de 60 l/m2 (y que no llegan todos los años), hay que aprovechar bien todo lo que llueve. Así que cuando el wadis (el río ocasional) lleva agua, ésta se “tropieza” con una compleja obra de ingeniería que le dirige por una intrincada red de senderos y le lleva a repartirse, en adecuada proporción, por cada una de las parcelas del palmeral que debe regar.