Raimundo Fitero
Malditos domingos
Resueltos algunos de los asuntos fundacionales, un domingo de puente es una especie de montaña rusa programática. No saben exactamente cuanta gente hay ahí, a otro lado, y no se atreven a gastar sus cartuchos principales. Las cadenas bandean estos días valle con refritos, constancia y resoluciones de despacho. Por ejemplo, Cuatro, busca en «Perdidos» un banderín de enganche que empieza a ser agobiante. Por mucho que lo intenten esta serie no tiene la versatilidad de «Los Simpson», por poner un ejemplo de una serie que sirve tanto con un capítulo reciente que con uno pasado doscientas diecinueve veces anteriormente. Es la serie de bandera de Antena 3. Y que se sepa: nos soluciona algunos momentos idiotas. Siempre hay una frase, una barbaridad en la serie que nos ayuda a superar la crisis momentánea. O así me lo parece.
Decía que una tarde de domingo de estas características es un cúmulo de sensaciones de desamparo. La parrilla invita al consumo exterior. Todo ello suponiendo que no se tenga una vida interior plena, o una buena biblioteca o una compañía adecuada para acudir a otros electrodomésticos de compañía más incidental. Y pasan las horas, se hace de noche y empieza la oferta nocturna, y entonces es cuando divisamos a El Follonero con su causticidad, intentando emplear a Letizia en su programa «Salvados». Una princesa de ida y vuelta. De verdad que este hombre Jordi Évole, tiene una retranca y unas premoniciones que a mi manera de entender este negocio, su negocio, me parece de una entidad superlativa. Analicen la broma que tiene mucha miga.
En esa tarde de domingo vemos en Tele 5 a Jesús Vázquez haciendo el ridículo con un programa ridículo que se estrenó una noche de miércoles, recibió un varapalo de la audiencia, ya lo han cambiado a la tarde dominical, preámbulo de su definitiva desaparición. Los valores televisivos son una suma de elementos diversos y Jesús Vázquez no es suficiente para salvar lo insalvable. Y ese programa familiar es malo por estructura, forma, desarrollo y tono. Demasiados impedimentos amontonados para que nadie pueda convertirlos en una audiencia suficiente.