Análisis | Armamento nuclear
Bombas y mentiras en torno a Irán
Las presiones sobre Obama para que adopte medidas más duras contra Irán, tras el fracaso del movimiento generado en torno a las elecciones, aumentan, pero no debe olvidarse que un ataque militar tendría consecuencias en toda la región y que la puesta en marcha de una estrategia de embargo y sanciones, para crear problemas económicos y tensiones sociales, repercutiría directamente sobre la población civil.
Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)
La noticia de la existencia de una planta nuclear «secreta» en Irán se ha convertido en un bombazo informativo para varios medios occidentales, pero una sosegada mirada sobre lo acontecido muestra una cara muy distinta de lo que está sucediendo en torno a Irán y a su programa nuclear.
Cuando se anunció a bombo y platillo el «descubrimiento» de una planta nuclear «secreta» en Irán se puso en marcha todo una maquinaria destinada a «reforzar as tesis que apuntaban a la decisión iraní de fabricar armas nucleares». Los datos posteriores, que no han recibido el mismo tratamiento informativo, no dejan en buen lugar a los defensores de esas teorías.
Las supuestas fuentes (documentos de determinadas agencias de seguridad) no han podido concretarse ni mostrarse, y un repaso detallado a los mismos, sólo muestran «sospechas, pero en ningún caso evidencias reales» sobre las acusaciones vertidas. Además, si tenemos en cuenta que en el pasado documentos similares fueron alterados y manipulados fraudulentamente, el primer pilar de esas teorías se cae por su propio peso.
Pero, además, fue el propio Gobierno iraní el que reveló su existencia a la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA) por medio de una carta, cumpliendo los requisitos demandados internacionalmente para poner en marcha esas infraestruc- turas. Teherán también ha abierto las puertas a que los inspectores de la IAEA comprueben in situ que Irán no está desarrollan- do un programa de construcción de armamento nuclear.
La realidad, por tanto, es bien distinta. Existe un importante número de informes de las 16 agencias de seguridad estadounidenses donde se reconoce, tras un exhaustivo espionaje, que Irán no está construyendo esas armas y que no ha reiniciado el programa para su desarrollo.
Además, Irán «respeta el Tratado de No Proliferación, ha aceptado públicamente no producir armas nucleares, está sometido a un severo control por parte de la IAEA y de todos los servicios de inteligencia de EEUU», ante lo que es imposible mantener un programa de armamento nuclear sin ser descubierto.
Los dirigentes iraníes han manifestado públicamente su disposición a buscar soluciones a través de «un diálogo comprensivo y constructivo», pero han dejado claro que no renuncian a defender «los derechos de su país en materia nuclear».
En este contexto resulta muy interesante el término de «nuclear latency», acuñado por el prestigioso profesor y analista Juan Cole y conocido también como «la opción japonesa», porque el país nipón, con su importante desarrollo científico y su poder económico podría producir un arma nuclear en un breve espacio de tiempo si su Gobierno así lo decidiera. Según esa teoría, Irán estaría buscando lograr un estado latente en torno a la energía nuclear para conseguir una independencia energética, consciente de que las reservas petroleras se acabarán algún día y, por otro lado, esa situación le ayudaría a frenar los intentos de un ataque exterior.
Como bien señala el profesor Cole, esa situación «tiene todas las ventajas de poseer una bomba pero sin las desagradables consecuencias que acarrea su posesión real». Y tampoco conviene olvidar que esa situación tampoco contraviene las directrices del Acuerdo de No Proliferación Nuclear, dificultando los deseos de EEUU y sus aliados de acometer una campaña de castigo contra el régimen iraní.
Los intereses geopolíticos de EEUU son otro de los componentes de la ecuación. A nadie se le escapa el deseo estadounidense de hacerse con el control de las ricas reservas energéticas de la región. La invasión y ocupación de Iraq y la búsqueda de un cambio de régimen en Irán marcan en buena medida la agenda de Washington en la zona.
Desde hace algún tiempo, los asesores de la Casa Blanca y el poderoso lobby sionista estarían presionando para que el presidente, Barack Obama, adopte medidas más duras contra Irán. Tras el fracaso del movimiento generado en torno a las elecciones presidenciales, esos actores buscan otras fórmulas para lograr su propósito.
La opción de un ataque militar contra Irán no es tan sencilla, ya que tras un análisis de las consecuencias, el panorama que se presenta empeoraría aún más la situación. La apuesta militarista conllevaría una decidida reacción por parte iraní, y sus consecuencias se manifestarían en toda la región (estrecho de Hor- muz, Iraq, Afganistán e, incluso, península arábiga, donde las minorías chiíes son importantes en algunos estados, sin olvidar Líbano o la calle del mundo árabe).
Por su parte, la puesta en marcha de un estrategia de embargo y sanciones, destinada a crear problemas económicos y tensiones sociales a Teherán, no debería obviar las consecuencias directas que sufriría la población civil, y el caso del vecino Iraq, sometido a esas medidas entre 1991 y 2003, es un buen ejemplo. En el país árabe, más de un millón de personas, muchos de ellos niños, murieron en ese período a consecuencia de la falta de alimentos, enfermedades o ausencia de agua potable.
El doble rasero también influye en este complejo escenario. Todas las acusaciones y mentiras sobre Irán y su supuesto armamento nuclear contrastan con el silencio de sus responsables ante la actitud de Israel y de otros aliados de EEUU, como India o Pakistán.
A día de hoy, Israel tiene un arsenal de más de 200 cabezas nucleares, no permite ningún control internacional de la IAEA ni ha firmado el Tratado de No Proliferación (igual que India y Pakistán). Además, Tel Aviv ha agredido, invadido y ocupado países vecinos (algo que no ha hecho Irán en la era moderna) y mantiene una política genocida contra el pueblo palestino. Ante esta situación, EEUU y sus aliados occidentales optan por el silencio y por seguir apoyando a esos estados, lo que les da una cierta impunidad internacional que les facilita su postura intransigente y militarista.
La campaña mediática contra Irán busca, en definitiva, presionar a la Administración Obama para que éste adopte una postura más acorde con los deseos de los halcones estadounidenses y sus aliados sionistas. Y en ese contexto también es interesante repasar lo acontecido hace unos días en Ginebra en las conversaciones entre Irán y el grupo de los seis (EEUU, Rusia, China, Francia, Gran Bretaña y Alemania). Allí, además de producirse un encuentro bilateral entre Irán y EEUU, se logró un principio de acuerdo basado en dos puntos: Teherán facilitará las inspecciones de la IAEA en la planta cercana a Qom y el Estado francés y Rusia serán los encargados de enriquecer la producción de uranio iraní para fines médicos.
Como señalan los representantes iraníes, el logro de este tipo de acuerdos debe sustentarse en el «respeto mutuo» y no en la imposición unilateral de algunos actores. Abrir un nuevo frente de guerra no conllevará más que sufrimiento para la población iraní, y tendrá sus consecuencias directas también para el resto del planeta. Es por eso que la fórmula idónea para resolver éste y otros conflictos similares en el mundo sea la búsqueda de soluciones a través del diálogo y la negociación.